La gente estaba harta y había que dar un golpe sobre la mesa». «Son los únicos que hablan claro». Son las dos primeras ideas que alegan mis alumnos para explicar el ascenso electoral de Vox. Hay otras ideas más concretas (contundencia frente al independentismo, rechazo a los inmigrantes, crítica a las políticas identitarias de la izquierda...), pero no tan inquietantes como los que se expresan en esas dos primeras frases.

Transmitir una imagen de fuerza («dar un golpe sobre la mesa») y ofrecer diagnósticos y recetas simples para problemas complejos («hablar claro») son dos estrategias de manual de populismo básico. Y es principalmente en el populismo -y no en propuestas ultraconservadoras- donde se encuentra el germen del fascismo.

Ahora bien, la demagogia populista -de derechas o de izquierdas- no hace metástasis en forma de fascismo o totalitarismo si determinadas circunstancias no alcanzan un determinado punto crítico. Y de esas circunstancias somos responsables todos. Sin excusas. Vox no representa un retroceso a la «España franquista que permanecía agazapada» (y que en número de cien acudió el otro día al segundo de los entierros de Franco), sino la actualización de un fenómeno global que arrasa igualmente en lugares en los que no ha habido dictadura alguna.

Las circunstancias que a cierto nivel promueven el triunfo del populismo ultramontano y, a otro nivel, su tránsito al fascismo, son siempre las mismas -convulsión social y debilidad política- y como tales han sido cultivadas a conciencia durante los últimos meses y años en nuestro país.

La convulsión social que ha alentado el crecimiento de Vox es la que se vive en Cataluña. La percepción cierta de que en parte del país hay una rebelión en marcha, con un gobierno que participa de la misma y que alienta acciones de insubordinación más o menos violentas -estos días el bloqueo de la frontera norte del país- sin que haya una reacción firme de restablecimiento del orden, ha escandalizado a muchos que, sin participar de la totalidad del ideario de Vox, se ven seducidos por el mensaje populista de «mano dura» con el independentismo.

De otro lado, si bien la debilidad de los partidos tradicionales no es ajena a una crisis más estructural de legitimidad, esta se ha visto acentuada en nuestro país por una serie de decisiones indeciblemente irresponsables. La bochornosa trifulca por el poder entre los dos principales partidos de izquierda y el infame gesto de forzar unas elecciones por puro cálculo partidista -y en circunstancias especialmente convulsas- de un lado, y la crisis de autoridad de la derecha con respecto a su sector más ultra, por el otro, han ofrecido una imagen de debilidad e ineficacia del sistema que ha empujado a muchos -a veces sin otro motivo ideológico más fuerte- a la opción populista. Esperemos que la alianza -al fin- de la izquierda sirva para modificar en parte esta percepción.

Porque Vox no representa todavía un movimiento fascista -como se afirma demagógicamente en forma de maniobra distractora o de justificación de otros, estos sí verdaderos, conatos de fascismo- , pero podría llegar a serlo si las circunstancias citadas empeoran. De momento, la rebelión catalana mantiene un carácter táctico, pero nadie puede asegurar que no se desborde como una estrategia generalizada. Nadie puede prever tampoco qué ocurriría si a esto se suma una nueva recesión económica. De otro lado, el panorama parlamentario que se vislumbra tras estas elecciones no parece más propicio - sino menos- al logro de la necesaria estabilidad política.

¿Qué hacer? Al populismo no se le vence estigmatizándolo, sino enfrentándolo con armas que, en apariencia, deben ser las suyas mismas. Necesitamos, así, un gobierno comprometido con firmeza e ideas claras con el régimen que durante cuarenta y cinco años ha dado a este país el periodo más largo de libertad y democracia que ha tenido nunca. Solo los ignorantes y los niños de papa (de papa-democracia) pueden negar este aserto. Y solo los que no ven más allá de su interés partidista pueden hacer fracasar este propósito. Por ellos y por todos nosotros tendremos (o no) el Vox que nos merecemos.

* Profesor de Filosofía