TStegún algunas encuestas realizadas a los ciudadanos españoles cuando yo empezaba a escribir este artículo, y cuando diecisiete jueces decidían si excarcelaban o no al terrorista escritor Ignacio De Juana Chaos , un noventa y siete por ciento de los encuestados opinaban que el intelectual chantajista tiene derecho a morirse de hambre en la cárcel si así lo desea. Vox populi.

Este hombre, aparte de escribir tres libros, Días , La senda del abismo y Las raíces del roble , de los que vendió entre 7.000 y 8.000 ejemplares --4.000 y 5.000 en lengua castellana-- tenía tal afición a coleccionar muertos que llegó a acumular la nada desdeñable cifra de veinticinco cadáveres, cuyos nombres, sin duda, habrán quedado escritos a fuego de bala en la memoria de sus días, con los que él pretende acabar, a no ser que le garanticen muchas tartas de cumpleaños fuera de la cárcel, cosa que la justicia no va a permitir.

Quizá en su agonía, esas veinticinco vidas muertas se ofrezcan de remeros de la barca de Caronte y quieran darle un paseo por las tinieblas. Puede que entonces el terrorista se arrepienta de la abstinencia ya consumada y del ayuno por consumir, y decida tragar un caldo caliente con tropiezos de jamón para reponer fuerzas, y así salir de ese territorio oscuro donde pueda ser avistado por los veinticinco remeros de la barca de Caronte.

Somos muchos los que estamos en contra de la pena de muerte y ni siquiera la deseamos para quien a su vez condenó a muerte a veinticinco personas inocentes --atrocidades por las que fue condenado a 3.000 años de cárcel, de los que sólo cumplió 18--. Ahora, eso sí, no estamos dispuestos a remover un ápice nuestras conciencias si este sujeto se condena a sí mismo a morirse de hambre. Lo más que podemos pedir es que los médicos le asistan hasta donde puedan.

*Pintor