España, centro eterno de nuestro universo, anda alborotada. En cuarenta años de democracia no habían florecido partidos de extrema derecha que pudieran gobernar o, al menos, influir en la gobernación del país. La crisis económica de hace una década desató revueltas callejeras y las protestas las canalizaron movimientos populistas de extrema izquierda. Se les veía como una fuerza nueva, fresca e ilusionante. Pero apenas ha transcurrido una legislatura y esas esperanzas se van desvaneciendo. Muchos de sus líderes no han sido los ejemplos de honestidad y ética que siempre cabe presumir en los que dicen luchar por una sociedad más justa.

Pero quizá lo que más desilusione es que no han sabido ofrecer un proyecto de convivencia nacional para todos los españoles. Se alinean sin pudor con golpistas y exterroristas, y se pronuncian a favor de las tesis nacionalistas, sin percibir siquiera que el verdadero revolucionario es internacionalista y que todo nacionalismo es reaccionario. El resultado es que gran parte de la buena gente que les apoyaba inicialmente han perdido la confianza y en los pasados comicios de Andalucía les han vuelto la espalda.

El resto del espectro político tampoco se salva. En los últimos tiempos la mentira parece una cosa natural. Se obvian los problemas reales y se intenta solucionar cuestiones que a la inmensa mayoría de los españoles no interesa. Las comunidades autónomas no convergen, sino al contrario, crecen las diferencias económicas. Algunos de nuestros gobernantes parece que incomprensiblemente se avergüenzan del idioma español. Se toleran los abusos xenófobos y supremacistas del nacionalismo. No es de extrañar, pues, que gran parte de los españoles se sientan defraudados y se alejen de las formaciones políticas tradicionales.

Los votantes de Vox en Andalucía no son fruto únicamente de las políticas erráticas de Pedro Sánchez. Mucho ha tenido que ver también la pusilánime actitud de Rajoy con el nacionalismo catalán. Sin olvidar que hay otros que todavía andan cabreados desde la nefasta gestión económica de Zapatero. Lo mejor que se les ha ocurrido a los partidos del arco parlamentario es tildar de fascistas a los votantes de Vox. Qué sentido tiene decir que Vox es un movimiento fascista y defender que los partidos separatistas no lo son, cuando son estos últimos los que han querido dar un golpe de Estado, desobedecen las leyes, subvierten el orden público, asaltan casas de jueces o marcan comercios al estilo nazi. Y, por si fuera poco, tienen un presidente que azuza a los fanáticos para alimentar el conflicto en las calles.

En Vox puede haber fascistas, como hay supremacistas, xenófobos y exterroristas en los partidos nacionalistas o militantes antisistema en la extrema izquierda. Pero quizá haya muchos más votantes sencillamente cabreados con las respuestas que están dando nuestros gobernantes a sus problemas. Esto tienen que entenderlo los líderes de los partidos constitucionalistas. No se puede analizar resultados electorales con presupuestos de hace décadas. Vivimos una época en la que los partidos y los sindicatos tradicionales están desacreditados. Vox ha surgido más que como partido político a la vieja usanza como movimiento social contra la clase política que promete y no cumple.

Muchas propuestas del programa de Vox son de sentido común. Otras quizá asusten. En general encajan, más que en la extrema derecha con postulados sociales propios de partidos antisistema o populistas, en las soluciones clásicas de la derecha conservadora española, sin plantear cuestiones de la derecha populista europea. Los votos que esta formación ha cosechado y puede seguir cosechando no proceden todos de una misma forma de pensar. Sus votantes surgen de distintas capas sociales y de diferentes sectores económicos que buscan en Vox las soluciones radicales que los actuales partidos políticos no acaban de darles. De ahí su éxito.

Pero a Vox no se le va a parar con algaradas callejeras. Ni con políticas de extrema izquierda. Ni permitiendo que los independentistas campen por sus fueros. Ni prometiendo indultos. A Vox solo se le parará con propuestas sensatas y hechos transparentes. Se ha de reconocer lo que se ha hecho mal. Y se han de proponer programas con criterios racionales que articulen un proyecto común de convivencia. Si esto no lo entienden los partidos tradicionales, en las próximas elecciones Vox no solo tendrá voz, sino muchos votos.