El descomunal éxito de Patria, la novela de Fernando Aramburu (más de 800.000 ejemplares vendidos, y aún muchos más lectores: en la Biblioteca Pública de Cáceres, los cuatro ejemplares de la novela han sido prestados unas 700 veces; están ya algo desgastados), sin duda una buena noticia en este país de bajos índices de lectura, ha tenido como efecto colateral no tan positivo el que se la considere «la» novela sobre el conflicto vasco, relegando al olvido otras obras de valor indudable.

Entre ellas destaca La voz del Faquir, publicada el año pasado en euskera y este año en castellano por la editorial Seix Barral. Su autor, Harkaitz Cano, donostiarra como Aramburu, aunque algunos años más joven, nos cuenta la historia del cantautor Imanol Lurgain, llamado «el Faquir» por su altura y delgadez, trasunto ficcional de Imanol Larzabal, primero aclamado y después amenazado de muerte por la banda terrorista ETA. A la vez, su historia es un magnífico fresco sobre la Transición española, vivida en las peculiares circunstancias del País Vasco, con su fácil paso a Francia, tan beneficioso para los etarras pero también para el desarrollo como artista de Imanol, que marcha a París, donde entabla amistad con Paco Ibáñez, conoce a su fiel compañera Tatiana, y donde una estricta Madame Duprez domestica, o educa, su chorro de voz.

La voz, sin duda, es la protagonista de esta novela, como metáfora de la fuerza y la unicidad de un individuo. Imanol, que canta en euskera, nunca se siente cómodo con el ala más dura del nacionalismo vasco, y tiene que salir a practicar tiro en las landas francesas para ahuyentar, aunque sea temporalmente, las dudas del dirigente «Seiko». Generoso y pródigo hasta la ruina, simpatiza con todas las causas de izquierda, y canta también en mítines del PSOE. Su voz precede a la de «un tal Felipe González» que cautiva por su labia en los márgenes del Nervión, donde a Imanol lo aplauden más cuando canta en castellano. Aunque desdeñado por «españolista» por los duros, la ruptura con el entorno abertzale tardará en llegar, hasta el asesinato de Arrakis, trasunto de la famosa etarra Yoyes, asesinada por «traidora» delante de su hijo de tres años. Imanol, que se había alojado en su casa, participa en un homenaje a Arrakis, boicoteado por la mayoría de los artistas vascos, cómplices del crimen.

Ahí comenzará el calvario de Imanol, que sutilmente se había ido preparando con las comparaciones con San Sebastián, mártir que fue asaeteado por los legionarios romanos aunque, parte no tan conocida de la leyenda, sobrevivió a las flechas y fue matado luego a golpes, como Pier Paolo Pasolini, ambos en Ostia, afueras de Roma. El gregarismo nacionalista se muestra en todo su desprecio y sus mejores amigos le niegan el saludo o incluso le prohíben cantar canciones con su letra. Imanol, como dice el narrador, «se convierte en un apestado».

Lejos de Harkaitz Cano presentarnos al protagonista como un hombre sin tacha. Su independencia tiene como contrapartida el egoísmo: abandona a Tatiana, cuando esta, después de muchos años de convivencia, le insiste en querer ser madre, y respecto a Ainara, cantante que nunca le falla, se muestra condescendiente y cruel: «El Faquir también sabe hacer daño. La mezquina territorialidad de todo creador asoma, tarde o temprano, cuando tú tocas techo y te das cuenta de que gente más joven que tú viene pisando fuerte a tu alrededor: los querrás mientras su talento no deslumbre demasiado. Los ayudarás mientras no te hagan sombra».

Más allá del conflicto vasco, esta es una gran novela (conmovedora pero también con momentos cómicos) sobre cómo la fidelidad a los principios choca con el instinto gregario y el miedo de la mayoría, y cómo ser libre implica, casi siempre, estar solo.

*Escritor.