La vuelta al cole en 2020 va a ser la más extraña que muchos hayamos conocido; tanto es así, que en pleno agosto ni siquiera sabemos si en septiembre habrá vuelta y si habrá cole. Se equivocaron quienes creían que el coronavirus se tomaría un descanso durante el verano: su dañino e incisivo motor de destrucción sigue en marcha, como evidencian los insidiosos mapas con los brotes y rebrotes de una amenaza sanitaria que aún no ha dicho su última palabra (y quizá tampoco la primera).

Lo que tenemos a la vuelta de la esquina es más de lo mismo: incertidumbre, mascarillas y dudas. La conversación estrella del verano no pasa por la Liga de fútbol, la dieta o las fiestas, sino por si habrá confinamiento de nuevo. Eso está por ver, pero parece evidente que, terminada la irregular temporada turística, antaño una importante inyección económica, nos espera una crisis que va a engullir muchos puestos de trabajo.

Y agárrense aquellos que tienen fe ciega en el Gobierno: el retorno político será calentito, con el vicepresidente sentado ante el juez el 2 de septiembre para responder por el caso Dina, un presidente anclado a la mentira y al funambulismo político, y una oposición inane que insiste en hacerse el harakiri fragmentándose en demasiados partidos, cuando no promoviendo una moción de censura que conduce a un callejón sin salida. A estas alturas, parece obvio que los presupuestos de Montoro han venido para quedarse.

Y, a todo esto, será demasiado pronto para comprobar si la vacuna en su fase más avanzada servirá de antídoto contra una enfermedad que se ha cobrado la vida de más de 700.000 personas. Vaya uno a saber: la información sobre todo lo que rodea a la pandemia ha sido tan exhaustiva y contrapuesta, que lo único que sabemos es que no sabemos nada.

Septiembre no va a suponer el fin de verano, sino la clara demostración de que este año no hemos tenido verano.