Cuando escribo estas líneas faltan diez días para que comience el curso en algunas CCAA, y aún no hay fecha fijada para la Conferencia de Presidentes que coordinará las complejas particularidades de su organización, a causa de la pandemia. Parece cumplirse el estereotipo de que, mientras nos acucian los problemas, España está de vacaciones.

El inicio de curso es quizá el momento más crítico que queda por vivir este año. Sin duda, una prueba de fuego para nuestra sociedad. Me temo que se convertirá en una metáfora de España.

Lo primero es que no habrá una vuelta al cole sino diecisiete vueltas al cole, como si el coronavirus tuviera diecisiete formas de actuar distintas. Solo para glosar las diferentes medidas que planean las regiones, sin que el Gobierno se haya pronunciado, necesitaría tres artículos como este. Es algo tan demencial que resulta asombroso cómo la ciudadanía española es capaz de asumirlo así de fácil. Una metáfora de las diecisiete gestiones de la pandemia, una metáfora de la desestructuración de un país que aún no ha encontrado su modelo de Estado.

No menos asombroso resulta que algunos responsables institucionales verbalicen sin sonrojarse que el curso debe ser presencial porque a los niños hay que dejarles en algún lado. Más allá del concepto absolutamente antieducativo, es una metáfora de lo que ha ocurrido durante la pandemia y de cómo funciona la sociedad. Las personas molestamos. Molestan los mayores, molestan los niños, molestan los que no consumen, molestan los que cuestionan la gestión, molesta todo aquel que no encaja perfectamente en el sistema. Lo importante no somos las personas, sino que la rueda político-productiva siga girando.

Si la visión de los colegios como «aparcaniños» no fuera suficiente, detrás de este problema late otro: después de cinco meses las instituciones no han sido capaces de legislar el teletrabajo. Quizás el elemento más estructural para gestionar la pandemia mientras dure —que pueden ser años— no solo no se ha cerrado, sino que se han incumplido las escasas normas que existían al respecto. A día de hoy hay decenas de miles de personas que podrían estar trabajando desde casa, y no lo están haciendo, pudiendo convertirse en vectores de la transmisión del virus. Y, por supuesto, a nadie se le escapa que con el escenario de escalada actual, es muy probable que haya que cerrar colegios pocos días después de abrirlos. ¿Cómo se podrá encarar un largo curso escolar y laboral si los padres no pueden trabajar desde casa o si lo tienen que hacer sin el teletrabajo legislado? Otra metáfora tanto de la gestión de la pandemia como del país en su conjunto (las normas que no se cumplen y las cosas importantes que no se regulan).

¡Qué decir de la falta de consenso! Que los partidos de la oposición y quienes gobiernan las instituciones se estén tirando los trastos a la cabeza con este tema es simplemente impresentable. Es fácil entender por qué la clase política es uno de los tres principales problemas de los españoles desde hace más de una década. Hablamos de un asunto que tiene una vertiente fundamentalmente sanitaria, otra educativa y otra de pura gestión: la ideología tiene valor casi nulo. Es imposible justificar la ausencia no ya de acuerdo, sino ni siquiera de diálogo. Una perfecta metáfora de lo que ha sido la gestión de la pandemia y de lo que es España.

La falta de seguridad sanitaria, la obligación legal de asistencia a clase, la descoordinación entre territorios, la discrepancia política, la imposibilidad de conciliación de los padres y la inexistencia de nueva legislación de apoyo aseguran un comienzo de curso caótico, que podría dar lugar a una conflictividad social importante. Se han tenido cinco meses para prepararlo. No hay excusa.

La dejadez y la improvisación deberían dejar de ser «marca España». No es algo inscrito en nuestros genes, sino propio de clases dirigentes cuyos intereses particulares están muy por encima de los colectivos. El concepto «vuelta al cole» es una metáfora en sí misma, sinónimo de retomar la actividad, de cerrar un paréntesis de descanso o de recomenzar un proyecto con ilusión. La política española necesita justo eso, volver de unas largas, largas, largas, largas, largas vacaciones. H