De vuelta al patriotismo. Magnífico titular si fuera cierto. Aspiración de hombres (y mujeres) nobles (y sabios). Al fin y al cabo, el patriotismo es la condensación de todo bien. El propio, el de la propia familia,… los que nos dieron la vida y los que nos enterrarán; el bien común de todos los que navegamos en la misma nao del descubrimiento y la conquista. Cuerpos y almas. Ayer, hoy y mañana. Así en la tierra como en el cielo. El patriotismo es dar, entregar,… entregarse al servicio del bien común. Volver al patriotismo, buscar los vientos propicios para atracar en sus puertos, no hay en esta vida otra tarea más alta a la que servir.

Digo volver porque del patriotismo nos hemos ido. Nos ha dado miedo. La borrachera ha sido tal que aún nos dura, y al despertar nos invade el duelo de haber sido tan ruines, pero sobre todo, de haber sido tan bobos. Hay que levantarse frente a lo urgente, frente a lo pequeño, frente a lo mezquino, frente al chute de placer efímero del aquí y ahora. Hay que renunciar, hay que sacrificarse, y, sobre todo, hay que dar sentido al sacrificio. Tal cual. Hay que volver a poner en los altares de la patria el ejemplo de nuestros mejores, de los que derramaron su sangre, pero también de los que derramaron su sudor, que de todo hay entre nuestros mejores. Hay que volver a decirles a nuestros hijos qué dulce y qué honorable es morir por la patria. No hay mayor timbre de honor y gloria. Y que, aunque nadie supiera de nuestro sufrir, si es por la patria, bien sufrido está. Hay que voltear las campanas tocando a rebato. Por España. Porque nuestros hijos tengan la dicha de servir en una empresa universal. El bien frente al mal. Sin miedo. Sin medias tintas. Con honra,… haya o no haya barcos, que eso luego se verá.

Lo primero es reforzar los pilares. El patriotismo no se puede levantar negando las raíces cristianas de Occidente, las que han hecho posible el orden de libertades que nos sostiene. El que ha colocado al hombre, tomado de uno en uno, en el centro de la Creación. El que ha inspirado el orden jurídico que nos protege y que debe ser permanente motivo de orgullo. Tampoco se puede levantar despreciando las gestas que hemos escrito como pueblo a lo largo de la historia. Las que cruzan los mares y se cantan en castellano. Eso, ambas dos, es lo primero. Pero no bastará con eso. No ha de bastar con el tremolar oportunista de las banderas, ni con el recuerdo pachanguero de los muchos blases de lezo que en la patria han sido. Volver al patriotismo exige mirar más allá. Plus Ultra. Hay un patriotismo del siglo XXI lleno de valores nuevos. Valores que los viejos no acabamos de comprender, pero que son parte ya de las aspiraciones comunes de los españoles. Un patriotismo joven. Alegre y faldicorto. Cargado de sentimientos, de emociones, sí, pero aún más de razones. Ese también hay que enseñarlo en las escuelas. El uno y el otro.

Lo demás es mercancía averiada. Lo demás es plástico. Botulismo en lata. Frío. Bochorno. Bochorno del malo, del que te avergüenza las entretelas. Lo demás no alimenta. Envenena. Hay que volver a la alegría de tener patria. Pero que nadie olvide que al patriotismo solo se vuelve, o por las anchas llanuras donde cabalgan los jinetes del apocalipsis o por los desfiladeros angostos que cruzan cada mañana los maestros camino de su escuela. Por el estallido, aciago y funesto, del arrebato violento, o por el voto, tenaz y laborioso, del quehacer diario. Ojalá no haya guerra, ojalá vuelva el patriotismo por el camino difícil de las escuelas. Ojalá tengamos España. Alegre y faldicorta, por supuesto.