La consejera de Cultura, Leonor Flores, ha lanzado un mensaje optimista sobre el índice de lectura de los extremeños: dice que las perspectivas son buenas. Se basa la consejera en el hecho de que la población joven, entre los 14 y los 24 años, presenta un índice de lectura ligeramente superior al 70%, más alta que la media nacional. Quienes ven el vaso medio vacío se atienen al índice general, aquel que no tiene en cuenta tramos de edad, sino la población en su conjunto. Ahí Extremadura, con un 49% de ciudadanos que leen, es decir, con un 51% que no lo hace, está situada en los puestos más bajos de la clasificación lectora nacional.

No le falta razón a Flores al querer que los datos se pongan en su contexto, porque los extremeños adultos leen poco. Y mejor que nadie lo sabemos los periódicos: el índice de Prensa en Extremadura está a la mitad de lo que la UNESCO considera propio de un país desarrollado.

Leer o no leer es responsabilidad, solo en pequeña parte, de la Administración: la familia es el motor principal de la lectura. Por eso lo que cabe exigirle a las instituciones es, además de hacer planes de fomento de la lectura, que ponga a disposición de la sociedad bibliotecas que funcionen. Y en este aspecto basta darse una vuelta por las que hay para ver cómo lo hacen: muchas de ellas son un ejemplo de eficiencia y facilidad para que los extremeños lean, con un nivel de servicio tal que, a veces, se tiene la sensación de que, entrando en la biblioteca de Cáceres o Badajoz, entra también a otro país. De lo bien que funcionan. Quién sabe, a lo mejor son, efectivamente, otro país.