Desde el mismo momento en que saltó la noticia del veto de Trump a la «telco» china Huawei, comenzaron a fluir las segundas lecturas. Es relativamente sencillo intuir en la decisión de la administración republicana un paso más en la estrategia de tensión comercial con el gobierno chino. La llamada «guerra comercial». Que, por cierto, es considerada unánimemente por organismos públicos (OCDE, FMI) o actores privados como el primer riesgo para el crecimiento económico mundial. Su mayor vulnerabilidad.

La imposibilidad de usar Google en los terminales Huawei (sin una rápida reacción o una alternativa operativa) suponen un tremendo golpe para el gigante chino, que puede ver peligrar su privilegiada posición en el mercado global. No está nada clara la ventaja de la compañía americana, que no hace mucho ajustó su buscador a las exigencias del gobierno chino. Algo que le granjeó un serio problema reputacional, ya que tal «ajuste» no deja de ser una colaboración para silenciar u ocultar todo lo resaltado como inconveniente por un régimen no democrático. Sin ir más lejos, Google invirtió más de un billón (americano) de dólares en conseguir un socio local en China con el que extender su base de negocio. A simple vista, puede parecer incluso contradictorio que la compañía del famoso buscador se genere el riesgo de perder un enorme mercado (en el cual ha invertido ampliamente).

Honestamente, no creo que haya mucho oculto en la decisión de Trump y la actuación de Google. Lo que no quiere decir que la evidencia (la explicación) sea toda la verdad. Claro. La realidad es que Estados Unidos está perdiendo la batalla tecnológica por el control del 5G y, sobre todo, por el desarrollo de la Inteligencia Artificial. Con las implicaciones que ambas tecnologías tienen desde el punto de vista no sólo económico, sino geopolítico. En la última, el papel de Huawei es clave, siendo la segunda compañía a nivel mundial con más patentes registradas.

Ya tenemos planteado el escenario: la batalla tecnológica entre las dos grandes potencias dentro de su «guerra» comercial. El siguiente acto ha sido, sin embargo, aparentemente anticlimático. Trump ha decretado una prórroga de tres meses para el veto. En política, un mundo. Seguramente, la prensa en España hablaría, de ser un caso local, de imprevisión o de exceso de impulso. Pero es, en realidad, el reconocimiento de una fragilidad.

Trump no ha sido preso de su (proverbial) impulsividad. No es que haya tomado la decisión como tuitea, desde el baño y a lo loco. Lo que ha subestimado es la altísima interconexión de las economías actualmente. Porque este artículo, aunque no lo crean, va de España. Siguen tirando del hilo…

La lucha por la hegemonía global será una cuestión más de sutilezas y aciertos que de decisiones que dañen al otro. Porque, curiosamente, esa debilidad ajena puede revertir en propia. Ahora mismo, una ralentización de la economía china encarecería gran parte del mercado de materias primas mundial, del que Estados Unidos es el principal comprador. Si, además, supusiera un shock monetario, obligaría a China a poner en mercado su reserva en dólares (es el segundo poseedor mundial de la divisa americana, solo por detrás de los propios americanos).

Por supuesto, ese movimiento también dañaría a la economía china. ¿Por qué? Porque supondría indefectiblemente el encarecimiento de la moneda propia, el Yuan. Lo cual reduciría las exportaciones, motor de la economía asiática. Exportaciones en las que China ha ido viendo como los proveedores extranjeros tienen cada día mayor peso, ya que el crecimiento interno hace difícil fabricar siempre a bajo coste. Su dependencia alcanza al 25% de sus exportaciones, pero son especialmente dependientes en tecnología. ¿Adivinan quién es su principal vendedor?

Toda esta guerra se vigila desde Europa (y España) con una especial sensación de ajenidad. Como si valorásemos su importancia, pero sin saber en qué realmente nos puede afectar. ¿No? Pues el Banco de España señala en su informe de estabilidad financiera que los mayores riesgos para la economía española son una ralentización del comercio global y el escaso margen de la banca española.

Ambos puntos señalan a China: el comercio y las inversiones se han ralentizado de manera aguda, especialmente en Europa, por la situación del país asiático. Pero es que, además, existe el riesgo de nuestra exposición bancaria a la financiación china. Una vulnerabilidad muy propia.