Si el sueño del ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert , es conseguir la excelencia universitaria, no lo podrá cumplir restringiendo la entrada a los centros públicos de enseñanza superior a los estudiantes con menos posibilidades económicas. Aumentar la exigencia académica únicamente a los solicitantes de becas cuando todos los universitarios, tengan los ingresos familiares que tengan, cursan sus estudios mayoritariamente subvencionados, tiene poco que ver con los resultados esgrimidos por Wert.

Su comparecencia de ayer, forzada, ante la Diputación Permanente del Parlamento español puso de nuevo en evidencia el carácter ideológico de su reforma aprobada el pasado día 2 y de la falta de argumentos académicos en su objetivo a través de la defensa numantina de ella. Para adornar esa reforma, que afecta ya a este curso, Wert puso el humo de un aumento del 20% de la dotación de becas. Una cantidad en el aire que dependerá de los números que haga el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro , una promesa de aumento que choca con el hachazo del ministerio en la partida de becas para libros y material escolar para los niños de primaria y secundaria.

De la misma forma impúdica con la que el ministro expande la idea de que las becas son un privilegio, defiende una reforma sin explicar, como le solicitó el Consejo de Estado, a cuántos estudiantes afectará.

Estos, junto al Consejo de Rectores, que vaticinan la expulsión de decenas de miles de universitarios con pocos recursos, rechazan la nueva fórmula de ayudas. Cuesta entender cómo se diseñan y estas, además, solo se conocerán avanzado el curso que ahora comienza. Un proceder que entronca más con unas medidas disuasorias que con las que realmente aumentan las posibilidades de futuro y de selección efectiva de los estudiantes: las de igualdad de oportunidades.

Así que José Ignacio Wert no solo consigue iniciar el curso académico bajo sospecha de filtrar la entrada a las universidades con criterios clasistas sino que lo hace con toda la comunidad educativa en contra y el estigma, precisamente, de no impedir la huida de los mejores hacia el extranjero. Precisamente su formación fue posible gracias al esfuerzo colectivo que facilitó el despegue de España con un ejército de jóvenes preparados sin mirar a su bolsillo.