TEtn Cáceres, desde hace unos días, un violinista con aspecto de gitano cíngaro suele ponerse a tocar su pequeño violín en la calle San Pedro, junto a la oficina central de la Caja de Ahorros. Este músico callejero llena el aire de agudas y efímeras notas musicales que mueren sin haber dejado ninguna huella; la gente, abstraída y a lo suyo, transita cerca del violinista sin detenerse a pensar siquiera les está ofreciendo unos deliciosos sonidos tan legítimos como el que pueda ofrecer una orquesta sinfónica en un auditorio, aunque no se ajusten a horarios ni a programaciones. Recibe pues, el violinista, dosificadas gratificaciones monetarias, quizá lo justo para ir tirando. Lo mismo ocurre con un grupito de muchachos flamencos que avivan la plaza de San Mateo con sus cantes, su guitarra y su palmas. Seguramente muchos turistas agradezcan esa sonora espontaneidad que se les ofrece en mitad de su paseo por nuestras calles medievales. Pero no todos somos turistas.

Ha llegado el Womad a Cáceres y la ciudad de las tres pes --pipas, paseo y pa casa-- burbujea, como si en ella estuvieran rodando un anuncio de coca-cola --¡la chispa de la vida!--. La música de chaqueta y corbata ha dejado sitio a la música de calle. La muchachada abandona por unos días sus libros de consulta de instituto y sus ordenadores, decoran sus cuerpos con objetos étnicos, y en tropel se reúnen en la plaza Mayor y en la Ciudad Medieval, donde danzan y cantan al son de timbales y flautas; y ejercitan juegos malabares con palos chinos y bolos policromos. La música multirracial está servida. Durante tres días Cáceres es una de las ciudades más cosmopolitas de España.

Pero el Womad se irá, y como diría Serrat : "Volverá el rico a su riqueza, el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas". Cáceres volverá a ser la ciudad de las tres pes , y un violinista callejero seguirá tocando su pequeño violín en la calle San Pedro, y nos recordará que la música no entiende de momentos ni de ubicaciones.

*Pintor