Entre rodaje y rodaje (una película al año desde 1977), Woody Allen hace sonar su clarinete, que aprendió a tocar a los 14 años. Estos días ha actuado en Salamanca, San Sebastián y Barcelona, en donde además recibirá un homenaje del ayuntamiento. Como anillo al dedo, para un urbanita como él.

Allen Stewart Konigsberg (Nueva York, 1-12-1935), el cineasta de EEUU que gusta más en Europa que en su país, empezó como humorista en los años 50 y ha devenido filósofo de la cotidianidad neurótica. Desde 1977, con Annie Hall, y, aún más, desde 1979 con Manhattan, el pequeño (1,60 metros) gran Woody Allen ha construido paso a paso una carrera cinematográfica a la altura de los más grandes. El jurado del Príncipe de Asturias del 2002 lo subrayó cuando le dio el premio de las artes: "Un hombre clave en el último tercio de la historia del cine". Y también resaltó "su ejemplar independencia y agudo sentido crítico, que le perfilan como un ciudadano del mundo anclado en Nueva York".

Por eso, Allen desentona cuando su presidente Bush llama a boicotear a Francia en plena guerra de Irak, y él, entonces, graba un anuncio en el que no sólo invita a sus conciudadanos a viajar allí, sino que también les anima a darse un beso francés. Este es Woody Allen: hasta en los temas más trascendentes nunca falta un guiño de humor.