Nada tenemos contra los extranjeros, pero sí contra los excesos del derecho de asilo y contra los inmigrantes ilegales". Christoph Blocher resumía así, con cierta normalidad y un vocabulario para casi todos los gustos, el éxito en las elecciones legislativas de Suiza de su Unión Democrática de Centro: es el primer partido, con cuatro puntos de ventaja sobre los socialistas y 55 escaños de un total de 200. Cuando se forme el nuevo Consejo Federal, la sedicente UDC tendrá dos ministerios en lugar de uno. En Suiza, el Gobierno, de siete ministros, siempre es de coalición entre los cuatro primeros partidos.

Más allá de la normalidad institucional está lo anómalo. Un partido de tics racistas, con un jefe que no ocultó su poca estima por los judíos, antieuropeo y que ve en los inmigrantes la causa de casi todos los males, se ha implantado lejos de Zúrich, su área tradicional, y recoge algunos frutos en la Suiza francófona, liberal y progresista. La explicación está más en la psicología social que en la política: Suiza está en seria depresión económica con auge del paro, correlato del de sus vecinos alemán y francés. Han buscado un culpable y lo han satanizado. Que dure poco.