El insoportable goteo de la corrupción que afecta a cualquier partido que haya tenido sus manos cerca de la caja, resulta desmoralizador. De la misma manera que el violador en la cárcel no comete ningún delito y, es un preso ejemplar, podríamos decir que los partidos que no tienen acceso a la administración de fondos son los más honrados. Pero, igualmente, en cuando el violador sale de prisión le faltan jornadas para volver a cometer un delito, y cualquier partido limpio y puro entra en el riesgo de las comisiones en el momento en que están a su alcance.

Hay dos causas que producen este efecto terrible: la necesidad de los partidos de mantener los aparatos, gastando mucho más dinero del que disponen, y la bondadosa contemplación con que cada partido observa a los afiliados que han pillado con las manos en la masa. Decía Napoleón que para vencer en la guerra hacían falta sólo tres cosas: dinero, dinero y dinero. Los partido, en cuanto se meten en la carrera electoral son mandrinadoras de fondos, que luego tienen que devolver o compensar y vienen los trapicheos y la irresistible exaltación de tesoreros, consejeros de política territorial y concejales de urbanismo. Luego, como se temen las indiscreciones del acorralado, hay una comprensión al imputado hasta que no se le condene con todos los pronunciamientos en contra.

La gente que tiene que contar cada euro para llegar a fin de mes, y la que paga los impuestos con rigurosa honestidad está empezando a cabrearse de este goteo grosero y de esta comprensión versallesca. Poco a poco, se va formando el caldo de cultivo para que aparezcan los salvapatrias (ya tuvimos a Gil) ante el desconcierto de los partidos que no se explican esa desafección. Bueno, pues era la corrupción, chicos, la que os terminará mandando a todos, incluso los muchísimos honrados, a la puta calle. No es una profecía: es un razonamiento contrastado.