¿Y a mí qué me importa que haya crisis? ¿Por qué tenemos que pagar nosotros sus consecuencias cuando ni pinchamos ni cortamos en su génesis?, ¿o acaso los currelas de turno notamos mucha diferencia en nuestro sueldo cuando las vacas eran gordas y había empresarios, bancos, altos ejecutivos, inmobiliarias y gobernantes metidos a negociantes, ganando dinero a espuertas?

No, a los parias las vacas gordas no nos afectan mucho; a los que generamos la riqueza sólo nos afectan las flacas. ¿Dónde está todo lo producido durante estos años pasados?, ¿quién tiene sus cuentas llenas gracias a estos recientes tiempos de bonanza?

Porque en esos gloriosos días a los funcionarios no les subieron el sueldo casi ni para compensar el IPC. Porque a los pensionistas no les comenzó a dar la pensión para comer en restaurantes y pagar botellas de vino de 600 euros.

No, no quiero oír decir a nadie que, como es tiempo de crisis, todos tenemos que apechugar, que no queda otra, que es como debe de ser, que si los mercados, la deflación, el consumo..., porque conmigo no contaron para repartir beneficios, ni para decidir qué política económica aplicar, ni para compartir sobornos, ni para inflar el mercado del ladrillo, ni para contratar, despedir, incentivar o participar en la gestión de la economía, del mercado o de mi propia vida.

A mí sólo me piden mi fuerza de trabajo a cambio de dinero, yo la vendo porque no me queda más remedio y punto en paz. Si tienen crisis que se busquen la vida y gasten sus millonarios ahorros pero a mí que me dejen en paz; si nosotros seguimos trabajando igual como poco que nos sigan pagando igual; y si, habiendo riqueza acumulada anteriormente, producida además por nosotros, no tenemos trabajo, igual es hora de protestar para que la repartan.

Y lo demás es demagogia para seguir engañando, como siempre, a los trabajadores; con la necesaria complicidad de los bien pagados sindicatos oficiales, todo hay que decirlo.

Sandra Guzmán González **

Mérida