TLta víspera del carrusel judicial de los secretarios generales del Partido Popular, la animosa prensa gallega informaba de que, en su debut vacacional, Mariano Rajoy había andado ocho kilómetros en unos sobrehumanos 50 minutos. Es el Usain Bolt del senderismo y su tranquilidad no es un posado. Conforma la verdadera esencia del marianismo. Estaba seguro de lo que iba a pasar, y si no pasaba, no podía evitarlo. Sabía que Alvarez-Cascos se comportaría como el general secretario que fue. Su irritabilidad resultaría directamente proporcional a su silencio. A Cascos le queda su pasado glorioso como gran capataz del aznarismo. No permitirá que lo embadurne un empleado de segunda como Bárcenas .

El presidente sabía que Javier Arenas sería el más profesional. Ambos son hombres de partido. Siempre van por el manual. Arenas no sabe, no recuerda y no le consta, pero siempre con una sonrisa y mucha educación. Ni una mala palabra, ni una buena acción. La fórmula del éxito en cualquier organización política.

Más dudas debe tener ahora Rajoy sobre María Dolores de Cospedal . Sabía de su ambición. Precisamente por eso la ha colocado al frente del PP. O ella acaba con el partido o el partido acaba con ella, pero solo puede quedar uno. Seguramente incluso se esperaba que le clavase un par de puñales a Arenas. Pero casi seguro que el presidente no contaba con tener que sacarse uno bien afilado de su propia espalda.

El despido en diferido fue un ménage à trois , testificó Cospedal tomando cumplida venganza tras tanto chiste por su ya legendaria rueda de prensa del finiquito. Bárcenas, Arenas y Rajoy se lo montaron solitos. Ella solo fue un juguete del destino. El presidente ya tiene a qué darle vueltas todo el verano. Cospedal ha pegado primero. Pero Rajoy suele atizar más fuerte.