Los que somos veteranos en esto del periodismo, con larga tradición de periódicos de papel, estamos acostumbrados a medir el impacto de lo que publicamos por lo que nos dicen amigos y allegados, y por las cartas al director que recibimos en los días sucesivos. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, existe un termómetro de interés llamado internet que no falla un ápice en esta cuestión. Y es que a golpe de ‘clic’ se determina, de verdad, qué le interesa a los lectores. Hay que huir de lo morboso, el suceso puro y duro o el chismorreo rosa; todo ello acarrea lecturas de por sí sin tener que aplicar ningún criterio periodístico. Pero para el resto es un medidor perfecto, estadística lógica que marca la audiencia de un medio de comunicación como el nuestro donde el papel tiene un peso muy importante, pero internet lo multiplica exponencialmente al sacarlo de nuestras fronteras.

Les cuento esto por mi artículo de la semana pasada: ‘Cataluña desde Extremadura’. El mismo hablaba de la visión que se tiene del problema secesionista catalán desde Extremadura poniendo el foco en los 120.000 extremeños que viven allí desde hace 40 o 50 años. Emigrantes salidos de alguno de nuestros pueblos que allá por los años 60 o 70 cogieron la maleta y emprendieron el viaje en busca de una vida mejor que aquí se les negaba. Hoy día aún conservan sus raíces, pero su vida, sus hijos y sus nietos, son catalanes y también están sufriendo la deriva que vive esta parte de España al convivir en el seno de sus familias facciones diferenciadas entre españolistas e independentistas.

Pues bien, ese artículo ha sido sin duda el que más visitas, cartas, correos y llamadas telefónicas ha generado alcanzando casi las 30.000 lecturas en un único día cuando la media no pasa de las 10.000. Con ello lo que quiero decir es que el asunto catalán, el hartazgo de los nacionalistas catalanes y la monserga a la que nos tienen acostumbrados se ha convertido, por fin, en una preocupación para el resto de España, pero sobre todo para regiones como la nuestra la cual no sólo goza de un sentimiento patriótico español sin matices, sino que cuenta con miles de vecinos que residen allí pero siguen teniendo buena parte de su familia aquí.

No sé a ciencia cierta qué final va a tener esta crisis. Predecirlo resulta imposible cuando se ha producido una huida hacia delante en aquellos que saben que lo tienen todo perdido y han decidido tomar la calle. Las imágenes de los últimos días, con miles de personas delante de edificios intervenidos por la Guardia Civil, los propios agentes de la Benemérita vistos a ojos de muchos catalanes como un cuerpo represor, y la actitud de las autoridades catalanas ejemplarizando una clara actitud de rebeldía al ordenamiento jurídico y la Constitución me han llegado a poner los pelos de punta. No creo que toda la sociedad catalana sea independentista, el reflejo en las urnas señala lo contrario, pero el miedo parece haberse adueñado de la mitad de la población porque los únicos que han salido a la calle a contrarrestar la amenaza secesionista son grupos de extrema derecha que, por supuesto, no se representan más que a ellos mismos.

El Estado no ha tenido más remedio que actuar ante un acto de sedición y el desafío de las autoridades catalanas, pero ha caído en la trampa de los independentistas, quienes han trazado una estrategia perfectamente calculada que buscaba justo eso, el caldeo de la calle, el levantamiento ciudadano ante lo que se considera una intromisión en las legítimas aspiraciones de un pueblo. Estoy seguro de que el índice de independentistas o ciudadanos que se han sumado a la causa se ha multiplicado en estas dos últimas semanas y personas comunes y nacionalistas que querían seguir viviendo en España bajo el paraguas del Estado han cambiado de posición. El miedo a la diferencia, el temor a la represalia de la masa enfurecida y el interés por no ser rechazado han contribuido a ello.

La deriva no va a tener fin ni el 1 de octubre ni las semanas siguientes. La mecha está encendida y es imposible volver a meter el gas en la botella cuando éste se ha salido. Por eso pienso en esos extremeños que un día salieron de esta tierra en busca de una vida mejor y que ahora se hallan en medio de dos polos contrapuestos donde sus propios hijos, sus descendientes, toman partido. A veces incluso enfrentados entre sí. Una pena.