Tiene la mala costumbre el ‘homo sapiens’ de echar siempre la culpa de todo lo que le pasa a él a los demás animales con los que comparte planeta. Hace ya unos años nos tuvimos que enfrentar a otra pandemia, la de la gripe A, que declaró la Organización Mundial de la Salud porque afectó a más de cincuenta países. Recuerdo que, en todos los colegios e institutos, se llenaron los pasillos de advertencias e instrucciones para enseñar cómo lavarse las manos. Y se llevó a cabo seriamente, pero aquello sólo duró «lo que duran dos piezas de hielo en un whisky on the rock», como canta nuestro gran Joaquín Sabina. Enseguida que pasa el susto se nos olvidan las buenas costumbres que adquirimos cuando sentimos el filo del cuchillo cerca de nuestro cuello.

En aquella ocasión, parece ser que el virus de la gripe A se trataba de un virus animal, porcino en concreto, que, al mutar, era capaz de infectar a humanos y transmitirse en ellos. Al final parece ser que aquello fue como una gripe estacional, pero a los cochinos se les echó toda la culpa. Lo mismo que con la gripe aviar, que «pagaron el pato» toda clase de pájaros, los patos incluidos.

Y ¿qué decir de la encefalopatía espongiforme bovina, que se hizo famosa en el año 2000, aunque se detectó ya por primera vez en 1986? Era una enfermedad progresiva del sistema nervioso de los bovinos, a lo que rápidamente se le empezó a denominar enfermedad de «las vacas locas». De nuevo se dejaba bien claro que las que estaban locas eran las vacas, a pesar de que era el hombre el que les dispensaba el pienso que comían y que, parece ser, era el causante de la enfermedad por estar hechos a base de mezcla de huesos molidos en su elaboración.

A las pobres vacas se les echó también la culpa muy recientemente por el asunto preocupante del cambio climático. ¡Hay que tener valor y muy poca vergüenza para, después de estar contaminando el aire varios siglos ya, con millones de coches, maquinarias, aviones supersónicos, cohetes y vertidos contaminantes, echar la culpa a las pobres vacas por «contaminar» el aire con sus flatulencias!

Ahora, con esta nueva pandemia gravísima que nos preocupa y ocupa al mundo entero por los datos de infectados, sin dejar de aumentar, desgraciadamente, cada día, comienza el hombre, de nuevo, a buscar culpables entre los animales. El primer animal al que se comenzó a echar la culpa del contagio del coronavirus hacia el hombre fue el pangolín, un animal cubierto con una armadura de escamas que han sido utilizadas siempre en China y Vietnam para curar el asma, la artritis y el reuma. De un plumazo pasó este mamífero de ser el más querido al más odiado por el hombre. Afortunadamente para el pangolín, en pocos días fue encontrado no culpable y enseguida se apuntó a una especie de cobra china, para pasar, después, por el mono e incluso el camello, aunque el último y más reciente culpable de todo esto parece ser que es el murciélago.

Mientras el hombre sigue buscando culpables, y ahora que el tiempo parece ralentizarse, ojalá la humanidad sea capaz de encontrar un momento para darse cuenta de que la naturaleza lleva ya años quejándose porque no aguanta el peso del progreso «a toda costa», engullendo basuras, humos, vertidos químicos y venenos que la infectan cada día, porque, si el hombre no se esfuerza en recuperar todos los ecosistemas de la naturaleza para hacerlos compatibles con la vida, este hombre seguirá siendo «homo» pero, sin duda, será cada día menos «sapiens».

*Exdirector del IES Ágora de Cáceres.