TEtn dos ocasiones sucesivas, un desayuno de esos multitudinarios, y un almuerzo informativo, pregunté este jueves qué pasaría si Felipe González fuese invitado a formar parte de un hipotético Gobierno de Rubalcaba , por ejemplo, como ministro de Exteriores con rango de vicepresidente. Envié la pregunta al propio Felipe González, que había asegurado que se plegaría a lo que Rubalcaba le ordenase. Y, como respuesta, al tiempo que decía que es demasiado mayor para ocupar según qué cargo, se volvió hacia el candidato socialista, que estaba sentado a su lado, y saludó militarmente. ¿Eso era un ejercicio de disponibilidad para lo que el aspirante a suceder a Zapatero por el PSOE guste mandar? Por si acaso, a mediodía le hice la misma pregunta a Rubalcaba: dijo que no lo tenía pensado, pero insistió, de modo más ambiguo, en que es un lujo contar para su campaña con alguien con la preparación y la trayectoria de Felipe González.

En eso no me queda otro remedio que estar de acuerdo con el adversario de Rajoy . González, que cumple setenta dentro de poco más de cuatro meses, está en plena forma. Sabe cuanto hay que saber de los intríngulis de la política internacional y lo explica convincentemente. Ya sé que hay algún cadáver en sus armarios, pero no conozco ahora mismo a un estadista semejante en el mundillo político español. A Rubalcaba, que carece de figuras de futuro, no le queda otro remedio que apoyarse en el pasado. Máxime cuando de ese pasado viene el mayor éxito de los últimos años: el fin de ETA.

Otra cosa es que con un Felipe a la orden , con ETA desmantelada en la práctica, Rubalcaba vaya a ganar. Yo creo que está sentenciado, porque el péndulo marca hacia otro lado, los españoles están hartos de más de lo mismo y me parece que cambio es la palabra mágica hoy por hoy. Los españoles miran, sobre todo, hacia la cuenta de resultados económicos y esa cuenta, sea total o, como yo creo, parcialmente culpable de ella el actual Gobierno, está llena de números rojos. Muy mal tiene que hacerlo Rajoy, o muy se le tienen que poner las cosas al PP, para que el veredicto unánime de las encuestas cambie.

Pero es que, además, no me consta que Alfredo Pérez Rubalcaba, que a veces actúa como si estuviese --¿lo está?-- contra las cuerdas, agarrotado y poco imaginativo, tenga conejos en la chistera o esté preparando algún golpe de efecto. Lo que ha hecho, lo que está haciendo, asumiendo por anticipado una derrota que sólo parcialmente es suya, tiene una indudable grandeza, es un fracaso admirable... pero perfectamente anunciado. Precisamente por eso mismo podría permitirse, me parece, el lujo de hacer propuestas sorprendentes, piruetas imposibles --o no--, pero que aporten elementos nuevos al gran debate sobre qué hacer ahora. Y a mí, por ejemplo, no se me ocurre ningún ministro de Exteriores del Reino de España mejor que Felipe González, la verdad. Lo que sucede es que no parece que el señor Rubalcaba esté preparado para ese salto en el trapecio. Ni para muchos otros.