Hace unos años lo mejor que tenían las elecciones era ir a votar. Vivir esa fiesta democrática, anulada durante décadas por la dictadura, constituía en sí mismo un estímulo para los ciudadanos. Ahora, lo mejor que tienen las elecciones es que con ellas se cierran las campañas electorales, esos espectáculos maniqueos y aburridos en los que prima el ajuste de cuentas con el adversario por encima de la presentación de cuentas ante los ciudadanos, que es de lo que se trata.

Las elecciones catalanas nos han dado más de lo mismo. Los mensajes más extravagantes son los que han pasado el filtro y los ciudadanos que se han informado de la campaña a través de los medios han presenciado debates suculentos sobre los límites del mal gusto --lo de ¡Fóllate a la derecha!-- y sobre la dudosa calidad de un vídeo desafortunado; han visto a los candidatos llamados a disputarse la presidencia rendir pleitesía al presidente del un club de fútbol, han tenido que escuchar polémicas iniciativas como el carnet de puntos para los inmigrantes y muchos, aturdidos, se estarán planteando a estas horas si un catalán nacido en Andalucía es lo suficientemente catalán como para presidir la Generalitat.

Seguramente en los mítines se habrá hablado de otras cosas, y en la letra pequeña de las entrevistas se habrán colado mensajes de mayor calado. Y muchos defenderán la tesis repetida de que somos los periodistas los culpables de trivializar las cosas por conseguir un titular impactante. Pero los políticos eso lo saben perfectamente de tal manera que cuando lanzan una iniciativa trivial sólo cabe pensar que quieren que sea eso lo que llegue a los electores convertido en titular para intentar soslayar el grave compromiso que supone explicarse sobre lo que quieren hacer con Cataluña y con quién quieren hacerlo en el caso de no obtener la mayoría absoluta, posibilidad cierta en una comunidad atomizada en lo político. Todo eso, a partir del día 2, con las urnas ya cerradas.

XCON TODOx, lo más sorprendente de esta campaña han sido las prohibiciones de diversas manifestaciones ciudadanas ordenadas por la Consejería de Interior y avaladas por la Junta Electoral y por el Tribunal Superior de Cataluña. Resulta extraño que las campañas se conviertan de en patrimonio exclusivo de los políticos y que los ciudadanos durante ese periodo se vean abocados a acallar sus reclamaciones. No veo ningún problema en que los mítines políticos puedan convivir con las manifestaciones --¿acaso se ordena callar a los políticos cuando los ciudadanos se manifiestan?--, pero si lo hubiere, quizás sería momento de comenzar a plantearse si no habría que hacer las cosas al revés, redibujar las campañas y convertirlas en grandes foros en los que los diferentes colectivos ciudadanos pudieran expresarse, con los programas electorales en la mano, mientras los candidatos escuchan sus sugerencias y sus críticas, callados, a la espera de la cita electoral.

*Periodista