TDtesde fuera de la política, a menudo no entendemos lo que hace esta gente. Cuando los vemos capaces de repetir las elecciones por tercera vez antes que ponerse a negociar o a transaccionar, nos parecen seres de otro planeta. Y tendemos a pensar que hacen lo que hacen por táctica o, en los mejores pensamientos, por estrategia. Incluso en instantes de debilidad llegamos a elucubrar que lo hacen hasta por coherencia ideológica.

Pero estas consideraciones menosprecian la condición humana de la política y de los políticos. Y si resultara que todo lo hacen por envidia. Si lo que pasara es que Rajoy envidia la juventud de Rivera y Sánchez . O que Rivera anhela tener tanto poder con su partido como el que tiene Rajoy. O que Sánchez se está vengando y solo desea que Rajoy sea el segundo político español que se presenta a una investidura para perderla.

La envidia es el pecado capital más torticero. La lujuria produce algún tipo de placer. La pereza llega a mejorar la salud. La ira descarga tensión. La gula hace retozar al paladar. La avaricia acumula bienes. La soberbia otorga seguridad. Pero la envidia es simplemente paralizante, porque antes que anhelar lo propio busca destruir lo ajeno.

Rajoy no quiso que Sánchez fuera presidente. Y prefirió jugársela con no serlo él, antes que morirse de la envidia. Lo más lamentable de este enredo moral entre los líderes es que los ciudadanos no quedamos en un segundo plano sino más bien en un tercero o en un cuarto. Nos reducen a la simple categoría de espectadores de sus envidias. O en el mejor de los casos nos utilizan para convertir su envidia en nuestro odio, como ha pasado a menudo con la llamada nueva política. Enmascararon su envidia en nuestro malestar hasta que les llevamos en volandas hasta las alcaldías. Y ahí nos dejaron con su envidia convertida en el odio entre conciudadanos mientras ellos se han conchabado para convertirla en su nueva forma de vida, que cada día se aleja más de la nuestra. Seguramente, la envidia no lo explica todo en política, como tampoco lo hacen ni la ideología ni la estrategia. Siempre nos gobernará algún ser humano.