Primer ejemplo. Tenía montado su negocio en un local alquilado, pero el dueño lo puso en venta y a su inquilino se le presentaron dos opciones: o compraba o se quedaba sin bar. Decidió emprender (hipotecarse) y convertirse en propietario. Hasta hace algo más de dos meses (aunque parezcan años) ponía copas, cafés y desayunos, rellenaba facturas y hacía cuentas a diario. Ya era complejo ser autónomo (nunca ha sido fácil), pero salía adelante.

Ahora acude a Cruz Roja, a sus vecinos de la carnicería y a sus clientes más habituales para poder comer. La prestación especial del Gobierno ni siquiera le llega para afrontar la cuota del crédito. En el banco todo son problemas para fiarse de un autónomo en este contexto. No ve luz por ninguna ranura. Siente pudor de su situación, pero por suerte (ironías de la vida) ha aprendido a pedir ayuda. Eso le está salvando.

Segundo ejemplo. Hace unos ocho meses llegó a España desde Honduras. Como tantas otras, dejó atrás a sus hijos y su título universitario de farmacéutica en su país y aterrizó en el nuestro para trabajar cuidando a las personas mayores. No tiene papeles, no tiene contrato. Cuando se impuso el Estado de Alarma tuvo que parar en seco su actividad. Por un lado temía las consecuencias de que la policía la parara por la calle; por otro, las propias familias le pidieron que no acudiera un tiempo por prevención. Cero ingresos, vive como puede. Como ella, hay tantas y tantas mujeres (porque son mujeres) que se han quedado sin nada. Sí, la culpa de la economía sumergida. Esa que todos criticamos y fomentamos.

Son solo dos realidades de lo que está por venir. Hay muchas más. Es el inevitable resultado de frenar de golpe un sistema basado en el consumo atroz. Nos llevará a todos por delante y se cebará con los más vulnerables. Siempre es así. Y, de nuevo, habrá una clase media que arrastrará su vergüenza para pedir auxilio. Ya está pasando. Otra vez. Y no sabemos por cuánto tiempo.

Conocemos la historia. La tenemos muy reciente. ¿Estaremos a la altura esta vez? ¿Seremos una sociedad más humanizada? Me temo que no.

Primer ejemplo. La ola de solidaridad con los que ahora pasan hambre es oxígeno puro. Pero los precios de los locales, ya sean alquiler o venta, seguirán por las nubes impidiendo a los negocios de barrio (sea el que sea) respirar. Las grandes cadenas seguirán devorando la tarta (sean las que sean). Son esas en las que al final todos terminamos consumiendo.

Segundo ejemplo. Es una desolación absoluta que los mayores mueran en soledad. Que de su residencia pasen a la cama del hospital y allí se acabe todo. Destroza el alma. Pero me pregunto cuántos de ellos se han sentido solos los últimos años de su vida.

De nuevo son solo dos realidades. Hay muchas más.

* Periodista