El paciente ciudadano español sigue esperando. Pero llevamos una racha de aplazamientos en la toma de las grandes decisiones políticas de cuatro años, desde que los nuevos partidos, a derecha e izquierda, eclosionaron y pusieron nuevos pollitos en el comedero del poder a finales de 2015, meneando una balanza del bipartidismo asentado que no deja de temblar como un flan a cada convocatoria electoral.

El PSOE parece haber encontrado a su mesías, a un, salvando las distancias, nuevo Isidoro, nuevo Felipe acomodado a los tiempos, que habla inglés, español sin acento periférico, y le dobló el pulso a unos barones armado por el nuevo y rompedor viento de las primarias, y que aunque cometió algunos atrevimientos cuestionables, como no cejar en el bloqueo de la gobernabilidad del ‘no es no’ pero sabiendo que era un lujo que se podía permitir puesto que otros salvarían la situación, o la maniobra arriesgada de dimitir como diputado y luego tener que protagonizar de esa forma insólita una moción de censura, al final le esperaba un futuro en forma de suerte.

Este sábado se ha cumplido un año de la moción de censura de Pedro Sánchez contra Rajoy, abrigada por la sentencia de la Gürtel contra un PP beneficiario económico de la trama, e inspirada posiblemente por medio del asesor monclovita Iván Redondo en aquel productivo intento con que en la primavera de 2014 irrumpió Vara en los planes de Monago; una osadía calculada que le hizo recuperar a partir de entonces al extremeño la iniciativa política, redondeada luego por los viajes ajenos a Tenerife, y culminada con una trabajada victoria en mayo del año siguiente, en la vuelta de los socialistas a los muros y claustro del conventual santiaguista en Mérida, sede presidencial de la Junta.

La diferencia es que la moción extremeña, como se esperaba, no prosperó, mientras que la de Madrid se encontró con un cóctel imprevisto y favorable que la hizo salir adelante.

Un año después, el político madrileño osado e iluminado por la fortuna, está a punto de recuperar un mapa de dominio político que hace una década ningún partido ostentaba, y ve cómo en Extremadura sus compañeros están levitando con una mayoría absoluta francamente inesperada, salvo para los poseedores de los secretos demoscópicos que auguraban la caída por la izquierda de Unidas Podemos; un factor al que han venido a sumarse la continuas pasadas de frenada de Albert Rivera y los suyos, de tal modo que a izquierda y derecha del sitio natural del PSOE se le ha extendido una pradera interminable de pródiga cosecha en votos.

Lo de Podemos empieza a sonar a crisis severa. A una crisis de liderazgo público por parte del propio Pablo Iglesias, y a un déficit de confianza por parte del electorado en la consistencia de un partido con continuos desgajamientos, y cuyo secretario general lleva tres años hablando de ministerios, asientos en el consejo de ministros, en medio de errores continuos de apreciación tanto de las propias fuerzas, como de lo que antes se llamaban las condiciones objetivas.

Y en eso, volvieron a Extremadura las mayorías absolutas. Aunque Fernández Vara muchas veces da la impresión de que gobierna siempre de la misma manera, ya sea con ellas que en minoría y necesitado de acuerdos aunque sean circunstanciales. Porque bien sabe que nunca, y menos en estos tiempos nuevos, son bienvenidos los absolutismos y el ciudadano demanda el concurso de las fuerzas políticas responsables para empezar a aclarar, si para ustedes señorías no es mucha molestia, entre reunión y reunión, llamada y correo, aclararnos, sí, qué va a pasar con las pensiones, cómo podemos repartir justamente la riqueza pública y social, atajar y revertir la desigualdad creciente, cuándo vamos a pagar cada uno los impuestos que nos corresponde, si para ustedes es tan importante como para nosotros darle alguna esperanza a nuestros hijos...