Yo desayuno con Baltasar. De tú a tú. Así, de memoria, no recuerdo tener otro mérito mayor en mi destartalada existencia. Con Baltasar, con Manolo, con Alfonso y con lo que vaya cayendo. Baltasar es un Rey Mago. Uno de tres. Dicen por ahí los luteranos que hay un cuarto: Artabán. Desde luego, conmigo Artabán no desayuna. Ni quiero. Yo creo que lo han inventado para darnos tormento a los creyentes. Creyentes porque creemos que cada día es un regalo, que cada día es seis de enero. Hoy también, también he desayunado con Baltasar. Lo único cierto es que desayunar con el Papa no me haría tanta ilusión como desayunar con Su Majestad.

Ocho y media en los relojes del alba. Mesón Los Monteros, Badajoz, donde el Guadiana dobla. Antes era Los Monteros, ahora lo ha cogido un chino, Sam (sic) Vicente, y de esa guisa le ha perpetrado unas letras de aluminio en la fachada. Pero Manolo, el camarero, con sam o san, o sin o con, sigue despachando cafelitos cargados de buen rollo. Migas, cachuela y, en ocasiones, zurrapa de lomo. Fuera, un cartelón anuncia: osobuco, caracoles y careta de cerdo. En castellano. Sam (sic) Vicente. Menú del día, nueve con cincuenta.

A veces, Baltasar se retrasa,... y le echamos en falta. Si tarda, pego la hebra con Pacoti. Pacoti es medio legionario, siempre me quiere invitar, pero, cuando llega, yo ya tengo pagado el desayuno. Charlo con Pacoti o con Justo Pajuelo, la otra mitad de la legión. A veces, Baltasar tarda,… ya se sabe que los Magos suelen cabalgar de aquí para allá, algo atolondrados, la mar de ocupados siempre; nunca se lo tenemos en cuenta. Por cierto, ahora que digo cabalgadura, nunca le he visto el rocín; lo tendrá en algún establo del barrio.

Me gusta, ahora en invierno, desayunar cuando aún es de noche. Me gusta acechar las luces primeras. La culpa es de los Magos de Oriente. De niño no sabía a ciencia cierta lo que pudiera ser la noche. De tan chico, de tan civilizado que era, la luz era omnipresente. De la luz a la luz, y, en medio, solo el rapto del sueño, urgente y todopoderoso. Pero la noche del cinco de enero era, en serio, noche. Ya saben, duérmete que si no… Pero no había manera. Los ojos como sartenes. Las lamas de madera traqueteando en sus carriles. El pensamiento febril. Y al otro lado de las persianas, la noche. El silencio. La oscuridad. A veces el viento, a veces la nada. La espera. La esperanza que todo lo mueve. Me sigue gustando esperar despierto el limpio anhelo de cada amanecer. Y La Crónica.

Baltasar es generoso, me trae La Crónica todos los días a la hora del desayuno. Baltasar es, además de rey, amigo. Reyes hay tres, amigos muchos menos. Desayunamos juntos en Los Monteros. Yo leo La Crónica. Café, cachuela y Manolo. Aún es de noche. Baltasar tiene cerca un negocio tapadera, dice ser zapatero remendón. Allí tiene tertulia de niños grandes, Pepe «el poli» Pizarro y Antonio «el poeta» Pinna. Entre nosotros, y sin que salga de Extremadura, creo que son dos de sus pajes de confianza. En su escondite-taller, además de pajes, tiene una bandera de España y dos láminas de la Virgen de la Soledad. Charla, hace como que remienda y se prepara para la tralla de todos los cincodeenero. Con el fin de pasar desapercibido dice llamarse Jorge Mendoza, pero a Baltasar lo de Jorge Mendoza le cuadra tanto como un twist a Rafael Farina. Como es normal, Baltasar va pintado de negro; incluso en verano, supongo que para no despertar sospechas. Yo casi que lo prefiero así. Imagínense que un día se presenta de punta en blanco a desayunar,… como para que se nos atraganten los cafeses. Le reconoceríamos por La Crónica. Baltasar es bueno y nos regala cada día La Crónica.