El cáncer de mama es esa enfermedad a la que todas las mujeres le tenemos miedo, desde adolescentes. Sabido como es, por todas, que una de cada diez mujeres aproximadamente la padecerá. La reacción más frecuente ante este dato es de rechazo a la simple idea de que pueda tocarnos precisamente a nosotras: Algo así como podrían sentir los hombres con respecto al de testículos, o al de próstata.

En mi caso concreto aún estaba lejos de la edad recomendada para practicarme periódicamente las mamografías, cuando, como tantas otras mujeres, pasé a formar parte de las estadísticas de las que han padecido la enfermedad.

En ese momento no sirven las medias verdades, ni los engaños. El cáncer de mama, a pesar de los paños tibios con que aparece en lo titulares de los periódicos, sigue siendo una enfermedad, que en un porcentaje nada despreciable de casos no se logra superar, y cuya única garantía terapéutica eficaz es la detección precoz.

Ser diagnosticada de cáncer de mama es un mazazo, un tajo seco que deja suspendidos todos tus proyectos hasta conocer su alcance. Durante un tiempo las pruebas se suceden, y mientras van llegando los resultados tienes la sensación de que tu propia vida se escapa a bordo de un tren, en el que todos van montados menos tú, y que no para a recogerte.

Acercarse al abismo de la muerte produce vértigo, pero también dolor. En mi caso, como en el de cualquier madre, en mi situación, la tristeza de pensar que mis hijas pudieran verse privadas de su madre, lo estuvo ocupando casi todo, durante los meses que me sometí a quimioterapia.

Pero a mi lado, compartiendo el proceso, había otras mujeres igualmente tristes por motivos opuestos. Recuerdo dos chicas muy jóvenes, que habían sido diagnosticadas de respectivos tumores de mama, ambos de alto riesgo. Su mutilación las dejaba temporalmente en un mundo paralelo al de sus compañeros y amigos, su alopecia las obligaba a tener que ir dando una explicación a cada paso, su cansancio les impedía seguir el ritmo habitual de la marcha juvenil, y lo peor de todo: sus tratamientos implicaban la posibilidad de quedar estéril. La enfermedad siempre llega en mala hora.

XPERSONALMENTEx he vivido esa experiencia con la sensación física de estar dentro de un túnel, del que quería salir, pero al que no le veía la salida, y ni siquiera sabía si la tenía. Los días y las noches se sucedían entre la angustia y el miedo. Y despertar en la madrugada era entrar de nuevo en una pesadilla, que a la fuerza era mi propia vida.

Pero al otro lado del túnel, hay otra vida, que desde luego en mi caso no tiene nada que ver con la anterior. Porque en ese punto ya sabes lo que es el miedo, sabes lo que es ser insignificante, lo ves todo mucho más relativo, y la vida se te ofrece un buen día como un regalo pletórico, más a tu alcance que nunca.

Cuento todo esto porque me siento moralmente obligada a compartir parte de lo que esta experiencia me ha enseñado, y que puede evitar mucho sufrimiento: No hay que olvidarse de ir al médico . Si yo pudiera volver atrás, iría mucho antes .

El mayor avance en la lucha contra el cáncer es la prevención. La mejora tecnológica de las técnicas de detección de los tumores, en un estadio inicial, es el mayor avance en la batalla contra esta enfermedad. Es tan fácil de entender como que una misma lesión pasa de ser fácilmente curable, cuando es milimétrica, a ser mortal, si el mal está extendido por el paso del tiempo.

Evidentemente, siendo los pechos tan accesibles, y suficientemente fáciles de observar por la misma interesada, o por las diferentes técnicas diagnósticas, la mejor recomendación para prevenir males mayores es la revisión periódica, y en caso de presentarse el tumor, detectarlo cuanto antes, tanto a efectos de pronóstico, como, por supuesto, a efectos de tratamientos quirúrgicos, de quimio , de radio , y de terapia hormonal.

Algún día contaré toda mi historia. Ahora, recién pasado el 19 de octubre, día contra el cáncer de mama, me conformaría con que, al menos, alguna mujer, se convenciera de las ventajas de revisarse el pecho periódicamente, que las autoridades sanitarias competentes se plantearan la conveniencia de simultanear en el protocolo el tratamiento oncológico con el psicológico, y que el cáncer en sí, junto a las secuelas de los tratamientos, sea considerado como causa laboral incapacitante, si lo solicita el enfermo.

*Profesora de Secundaria