Tengo tres hijos. Dos mayores de veinte años y una pequeña, de trece. Lo que en inglés llaman una teenager. Preciosa. Disfruto enormemente de su compañía, pues es la única que todavía vive con nosotros. Tiene las costumbres propias de su trascendente y complicada edad, sin duda recalcitrantes, manifiestamente mejorables y supongo que padecidas por el 99% de las madres españolas. Dichos hábitos, que no el de estudiar, se exacerban en vacaciones. Así, esta misma mañana he tenido que recoger diecisiete prendas impecablemente limpias e insoportablemente arrugadas como pasitas tristes apretujadas en una silla, tal vez por la poderosa razón de que el armario estaba vacío como boca de anciano. Entre esas diecisiete prendas lavadas y todavía calentitas, aunque condenadas irremisiblemente de nuevo al planchado inmisericorde, yacían otras varias interiores usadas, a saber dos braguitas y cuatro calcetines descabalados y malolientes, por lo que ha sido necesario echar todo a lavar, lo limpio y arrugado contaminado ya por lo percudido y oloroso. Mientras esto escribo y ella sigue durmiendo, cumpliendo con toda obligación de treceañera en vacaciones sé que cuando se levante vagabundeará por la casa con la mirada perdida y encontrará enormes dificultades fácticas para obedecer cualquier indicación materna de tipo "recado urgente", "recoger el cuarto", "sacar al perro" o "encontrar el teléfono", enterrado este entre una maraña de pañuelos, papelillos, pulseras de todo tipo y coleteros, pero no libros. Libros sólo el de Crepúsculo y gracias. No sufran. Esa aparente falta de entusiasmo desaparecerá por ensalmo cuando llegue la hora de arreglarse. Entonces volverá a extraer del armario amorosamente reordenado por mí, otros veinticinco trapos made in Zara, Berska o Stradivarius, se los probará buscando mil combinaciones inimaginables, se toqueteará una y doscientas veces su requetelavado pelo de chica Pantén, y después de rebuscar entre mi ropa algo que pueda apandarme, dejando los cajones hechos un desastre, saldrá convertida en un pimpollo, sacudida toda su apatía juvenil y regado el cuarto de pantalones, leggins, camisolas, chalecos, bufandas y telitas varias de diversas formas, texturas y colores. Esta es mi niña, la que hace tres años era una angelical criatura vestida de Primera Comunión, que jugaba con sus muñecas y me miraba siempre con la confianza ilimitada que últimamente empieza a desaparecer para ser sustituida por unos ojos verdes críticos y desconfiados. Esta es mi niña, a la que veo crecer, embellecerse, entrar en una edad difícil, a la que riño y a la que adoro. La misma a la que parece iba dirigido el anuncio ese de condones, de estética de Física y Química, propiciado por el Ministerio de Sanidad, Gobierno de España, empeñado en meterme en mi casa en horario protegido y sin más explicaciones el Yocontroloyopongocondón . No peco yo de puritana, ni de excesivamente conservadora, ni de ingenua y me parece muy bien Educación para la Ciudadanía, la familia tradicional, y las otras, todas. Las que nacen del amor, de la concordia y de la tolerancia. Pero creo que hay un tiempo y un sitio para cada cosa. Sé que los jóvenes y los adolescentes tienen acceso a un montón de información sin formación y están expuestos a innúmeros peligros, que los embarazos no deseados son demasiados, que aumentan los casos de Sida y que el aborto ha crecido en España en el último año. Y comprendo que el Ministerio de Sanidad esté preocupado y eso le honra. Pero considero, y no soy la única, que de las dos formas que hay de hacer las cosas, una bien y otra mal, el ministerio eligió para ese spot cutre la peor. Eligió la banalización y la trivialización de un tema grave con un lenguaje poco apropiado y supliendo la falta de formación sexual rigurosa y responsable con una estética de serie juvenil irreal y barriobajera. No creo que sea ese el camino para solucionar el serio problema de la deficitaria educación sexual de nuestros adolescentes. No se logrará dando la impresión a nuestros jóvenes de que todo vale, y empujándoles como si tal cosa a quemar etapas, a comulgar con lo que no es tan natural como parece pretenderse y a querer sustituir por la vía de la propaganda lo que debe ser explicación real y apropiada. Creo que el anuncio fue un error, que las cosas se hicieron mal y lo que es peor, que con todo el dinero que se han gastado han contribuido muy poco a paliar el tremendo problema contra el que hay que luchar. Ojalá esté equivocada. El Gobierno de España es o debiera ser una entidad lo suficientemente capacitada, seria y cabal como para utilizar el lenguaje adecuado y los medios adecuados en un tema tan sensible. Nunca debió permitir que algunos pensaran que del anuncio al fornicio había un paso. Yo no creo que se tratara de mala intención, sólo de mal gusto, cutrez y pésimos asesores. Y me parece penoso y peligroso.