La tristeza viene de un problema, de una muerte, una traición, hambre y dolor. Pero aquélla se troca en alegría con una buena noticia, un saludo, una amistad, el cariño de familiares y amigos, pues tener con quien llorar aminora el llanto. Sólo puede haber una tristeza sin consuelo, al decir de Benavente , si la tristeza se ha merecido. Brota la alegría con la venida de un hijo al mundo, con un golpe de suerte, cuando el preso sale de la cárcel, el pobre recibe una limosna y la planta un rayo de sol en primavera. ¡Y siempre, con el amor! Agustín de Hipona decía que las lágrimas son la sangre del alma, y ésta, a veces, necesita salir fuera, impetuosa, sin tapujos. Hay lágrimas de alegría en ese obrero que encontró un trabajo, y alegría sana en esos niños negros, de ojos grandes, ante una cámara de televisión, aunque pasen hambre y vivan en sucias chabolas. Pero acontece que la tristeza, una vez tocado fondo, se viste de coraje para luchar con gallardía, porque toda aflicción endurece y forja el carácter. El estoicismo griego así lo entendió, aunque, a veces, el desgarro sentido es propio de un "valle de lágrimas".

Todos lloramos y reímos, aunque muchos sean yunques y otros martillos. No es menos hombre el que nunca llora y es altanero si se avergüenza de hacerlo. Y no es más mujer la que más llora, pues, si es madre, se tragará las lágrimas para sacar adelante su prole. Mas el llanto, por fruslerías, es propio de los débiles, según Tagore : "Si por la noche lloras por no ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas".Y es que, quizás, nos afligimos demasiado, al no pensar en el proverbio inglés: "Si tu mal tiene remedio, ¿por qué te afliges?; si no lo tienes, ¿por qué te afliges, también?". Los santos son alegres porque trascienden su alegría, igual que el misionero que suaviza las penas de otros olvidando las propias, como esas personas anónimas siguiendo el consejo de Mark Twain : guarda tu tristeza y comparte tu felicidad. Y la gran alegría del paraolímpico que hizo épicas proezas, la torrencial, de voces y banderolas, en la plaza de Cataluña, clamando por la unidad patria. Y la más excelsa: dar la vida por su fe 522 mártires españoles. Pero es muy triste la muerte de esos pobres náufragos de Lampedusa, o cuando el terrorista mata con diabólica perversidad y a sangre fría...