TEtl presidente del Gobierno ha amonestado a los banqueros para que concedan créditos y estos se defienden afirmando que se los dan a quienes ofrecen garantías. La solvencia es un concepto subjetivo que depende de la coyuntura económica y de la confianza: ayer casi todos éramos confiables en nuestra capacidad de crédito; hoy todos somos sospechosos de no poder pagar. Han sido sustituidas todas las reglas de juego, y este Monopoly inmobiliario en que se convirtió España se ha quedado sin fichas. Ahora la banca solo trabaja al contado. Restablecer la confianza por decreto solo es posible en las dictaduras autárquicas en las que la economía se maneja como un mecano. El presidente tiene, sin embargo, su particular problema de solvencia: si el Estado sale fiador y valedor de los bancos y cajas de ahorro con el dinero de los contribuyentes, estos reclaman legítimamente su parte como compensación por esa formidable inversión de riesgo con dinero público. La política está en la picota porque existe una creciente sensación de que quienes manejan la economía quieren los beneficios en época de bonanza y pretenden socializar el riesgo y las pérdidas en las crisis. Los salarios se contienen para que haya crecimiento económico y cuando hay crisis los despidos son masivos. Algo no funciona. El reto de solvencia del presidente del Gobierno es demostrar que la salvación del sistema financiero es una necesidad inviolable, pero al tiempo trasladar al ciudadano que las reglas de juego cambiarán a partir de ahora y que la proporción en el reparto de los beneficios no puede seguir siendo desigual. De momento, los banqueros y sus ejecutivos deberían ser más austeros con sus sueldos y sus modos de vida, y más discretos con sus beneficios, porque ellos también necesitan ser solventes moralmente ante los ciudadanos. Una rebelión ciudadana a gran escala les privaría radicalmente de sus privilegios. Hasta en Davos se ha alertado de la protesta que se avecina. Si yo fuera banquero, empezaría a dar créditos con menos exigencias para erradicar la tentación de ser considerado un simple usurero.