La primera obligación de un líder político, y más en tiempos de crisis, es dar confianza a los ciudadanos. Por eso puede entenderse el mensaje de optimismo lanzado el pasado viernes por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, cuando, tras la última reunión de este año del Consejo de Ministros, se refirió a la "fortaleza" de España como país y auguró una mejora de los parámetros económicos para la segunda mitad del 2009.

Pero los comentarios suscitados por ese discurso presidencial indican que, al menos en la opinión publicada, no ha calado el matizado entusiasmo del líder socialista. De hecho, han abundado las referencias al "optimismo antropológico" del presidente --señalado como defecto y no como virtud-- y se ha recordado su tan tenaz como insensato intento de no mencionar la palabra crisis cuando esta formaba parte del desayuno cotidiano de las familias españolas.

Lo que late en el fondo de este desencuentro es un problema de credibilidad. Ante el goteo de datos económicos negativos, ¿tiene este Gobierno crédito suficiente como para que sus predicciones de que se acerca el final del túnel calen en el tejido social? La oposición de derechas y los medios conservadores se han apresurado a decir que no. Pero tampoco desde las tribunas tradicionalmente defensoras de las políticas gubernamentales se han lanzado mensajes de respaldo al animoso mensaje del presidente del Gobierno.

Aunque todavía estamos en los albores de la legislatura, es previsible que el proyecto socialista encarnado por Rodríguez Zapatero se la juega precisamente en su competencia para gestionar la crisis y, en particular, en su capacidad de transmitir a trabajadores y empresarios las coordenadas de la adversa situación. Porque es cierto que el Gobierno, tras unos titubeos iniciales, se ha puesto las pilas, dicho en términos coloquiales, y ha tomado un conjunto de medidas muy importantes para afrontar la atonía económica. Es manifiestamente falso el argumento de que el Ejecutivo de Zapatero no ha hecho nada ante el vendaval. Pero, en cambio, puede constatarse que el consumo sigue estancado --incluso en periodo navideño-- porque persiste la desconfianza. Nadie parece saber dónde está el fondo del pozo y así valen poco las bienintencionadas llamadas al consumo. Ahora el presidente lanza un mensaje de esperanza al fijar el horizonte del verano del 2009 para que llegue la recuperación. Pone así otra vez en juego su credibilidad.