TAt petición propia, Zapatero comparece hoy martes ante el pleno del Congreso para explicar las medidas adoptadas en materia económica en el último Consejo de Ministros. Le quedan, según el calendario parlamentario, otras dos sesiones plenarias antes de disolver las cámaras legislativas para convocar las elecciones del 20-N. Está en la recta final de su mandato y, como colofón, va a ver sin duda aprobadas las tres medidas de urgencia surgidas del Consejo de Ministros, lo que es tanto como decir que, aunque a trancas y barrancas, va a recibir un cierto respaldo a su actual política económica, gracias a los grupos nacionalistas.

Y eso que la polémica acompaña el ciertamente confuso conjunto de decretos, proyectos inacabados o en trámite puesto en marcha por un Ejecutivo en el que han abundado las contradicciones: por ejemplo, bajar el IVA para la vivienda nueva pocos meses después de haberlo subido no deja, en efecto, de resultar poco comprensible para todos aquellos que ya en su día dijeron que aumentar la tributación agravaría los problemas del sector de la construcción. Por otro lado, el sector farmacéutico está en pie de guerra por el fomento arbitrario , dicen, del uso de los medicamentos genéricos, aunque esta decisión ha caído indudablemente bien entre los consumidores.

El PP está, en todo caso, dispuesto a mostrar su hostilidad por principio a cuanto el Ejecutivo plantee: no había más que escuchar a María Dolores de Cospedal , que salió a criticar las medidas del Consejo del viernes... incluso antes de que el portavoz Blanco saliese a explicar la referencia, que incluía la sorpresiva bajada del IVA que antes comentaba. Así que es probable que esta antepenúltima sesión plenaria de la Cámara Baja escuche más o menos lo mismo de siempre: una autodefensa del presidente del Gobierno y una dura respuesta por parte de Mariano Rajoy , que seguramente no olvidará insistir en la conveniencia de un nuevo adelanto sobre el adelanto electoral que ya se ha anunciado.

Sospecho que nadie pedirá a Zapatero mayor profundidad en las reformas, medidas de choque similares a las puestas en marcha en otros países europeos. Y nadie le recordará los proyectos de ley que se quedan en el cajón, alguno de ellos, como el de Igualdad, pienso que afortunadamente. En todo caso, a partir de esta semana las vacaciones quedan olvidadas y la vida política española se va a convertir en un torbellino: quedan noventa días para que los ciudadanos acudan a las urnas en lo que van a ser las elecciones más decisivas desde aquellas de 1982 en las que los socialistas de Felipe González se hicieron con el poder; casi treinta años ya...

Seguramente, la clase política debería aprovechar estas tres sesiones plenarias en el Parlamento para mirar atrás, luego hacia adelante y hacer, antes de que comience el vértigo de la campaña electoral, un ejercicio de reflexión sobre lo que ha de ser la nueva era que se abre ante nosotros, esta especie de segunda transición que, de hecho, ya ha comenzado y que debería estar presidida por el pacto. Pero ya digo: lo más probable es que nos vamos a encontrar con más de lo mismo, como si aquí, sin ir más lejos este tremendo mes de agosto, no hubiese pasado nada y la comparecencia ante el poder legislativo fuese lo que ha venido siendo. Un mero trámite casi obligado, un fastidio que interrumpe el merecido descanso de Sus Señorías.