Tras año y medio sin reunirse, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy tenían la obligación de no defraudar al menos en la escenografía. Hubo, pues, recibimiento cordial, una duración de la entrevista considerable (dos horas y cuarto) y al final el presidente del Gobierno compareció para explicar la reunión, sin delegar en la vicepresidenta primera, y el líder del PP aceptó dar su versión en la Moncloa sin huir raudo hacia la sede del partido, como otras veces.

Además del continente, hubo también dos acuerdos concretos de contenido: la reforma del sistema financiero y el respaldo conjunto al plan de rescate de Grecia. Son dos acuerdos importantes, lo menos que se podía pedir ante el marasmo en los mercados, aunque ayer no fue suficiente para calmarlos. La reforma financiera incluye la revisión de la ley de cajas, para que puedan tener una parte de capital privado, y el impulso a las fusiones de entidades, con la fecha límite teórica del 30 de junio. Es de esperar que este acuerdo y la influencia política de los dos dirigentes se traduzca en el fin de las resistencias que, la mayoría de las veces por personalismos, se están produciendo en varias comunidades autónomas.

El apoyo de Rajoy al rescate de Grecia debería servir también para cortar las insinuaciones que desde medios de la derecha se hacen en el sentido de que un país en grave crisis como España no debería dedicar recursos a salvar a otro socio de la zona del euro.

En el resto de los remedios contra la crisis dominaron los desacuerdos porque las diferentes políticas económicas y los intereses partidistas impiden el pacto. Rajoy tiene razón cuando dice que se ha agotado el tiempo y que es hora de que el Gobierno gobierne. No la tiene, sin embargo, cuando la condición sine qua non para el acuerdo es hacer lo que propone el PP. Zapatero se agarra a los últimos datos positivos de la economía, sigue esperando que las decisiones ya tomadas den sus frutos y no se atreve a adoptar medidas dolorosas, aunque sea sin acuerdo, como ocurre en la reforma laboral. Pero acierta al subrayar las contradicciones del PP, que quiere reducir el déficit de cuajo sin subir los impuestos y pidiendo al mismo tiempo más dinero para los ayuntamientos.

La diferencia entre el Gobierno y la oposición es, sin embargo, que el primero tiene la responsabilidad de gobernar para intentar sacar al país de la crisis. Y hay serias dudas de que esté haciendo todo lo necesario.