WHway dos visiones de la cumbre que ha reunido a los dirigentes de Venezuela, Colombia, Brasil y España. La primera es que se trata de un gran esfuerzo de concertación regional, con la normalización de las relaciones entre Caracas y Bogotá, y de colaboración comercial entre Europa y América Latina, incluyendo una venta de armas a Venezuela que difícilmente puede considerarse como agresiva hacia su vecino. La segunda versión ve un desafío político a EEUU.

España corre el riesgo de que algún gesto poco medido imponga la visión de que Rodríguez Zapatero pretende ejecutar una política enfrentada a la norteamericana con el apoyo al presidente venezolano, Hugo Chávez. Sería tanto como decir que se alejará aún más la normalización Madrid-Washington. Pero las cosas son más complejas. El Gobierno español ha obrado con cautela y ha ayudado a la reconciliación entre Chávez y Uribe, una actuación inobjetable ante el mundo y ante Washington. Y tampoco puede olvidarse que los reunidos han sido irreprochablemente elegidos por sus conciudadanos. Lo que no pueden decir ciertos socios de EEUU en áreas mucho más problemáticas. El doble rasero es, también aquí, clamoroso.