TAt veces los humanos enquistamos una rabia contenida que se adhiere a nuestras vísceras, pero que, cuando las circunstancias nos superan, abrimos la espita de la mala baba, la expulsamos y quedamos tan a gusto.

Lo hemos podido comprobar hace unos días cuando Mountazer Al-Zaïdi , un indignado periodista irakí, le lanzó sus zapatos a Bush , que participaba en su última conferencia de prnesa en Bagdad. Este gesto sirvió para que nos diéramos cuenta de lo cabreados que están en ese país contra este presidente y también de cómo se mantiene en forma. Tuvo que hacer uso de sus reflejos para evitar el zapatazo. En la cultura del medio oriente el zapatazo es el desprecio más bajo que se hace al criminal o al delincuente.

La despedida de Bush no ha podido ser más comentada. Le han ninguneado durante la campaña electoral, todas las críticas que se han vertido sobre él no han podido ser más nefastas. Pasará a la historia como el hombre que violó los derechos humanos, que manipuló, invadió, sacrificó, mintió. Su mandato ha sido, seguramente, el más nefasto en la historia de la Presidencia de los Estados Unidos.

El lanzamiento del zapato ha sido una manera de insultarlo y expresar su repulsa e impotencia hacia él.

Pero no es el único. Recordemos otros zapatazos famosos como el de Nikita Kruschev , mandatario soviético cuando en 1960 ante la Asamblea General de la ONU golpeó la mesa repetidas veces con su zapato como protesta contra los Estados Unidos.

En España, también tenemos nuestro zapatazo famoso como el que lanzó la vedette Normal Duval a Jimmy Giménez-Arnau en un programa de Luis del Olmo . Jimmy arremetía contra ella y su familia. Duval le arrojó su precioso zapato de tacón de aguja.

La educación hace que las personas se contengan en sus reacciones. Pero, a veces, cuando a alguien lo sacan de quicio, reaccionamos con vehemencia. Como Kruschev, Duval y Al-Zaïdi. Con un arma siempre a mano: los zapatos.