En ocasiones hago zumba, lo confieso. Otros ven muertos, y hay quien recomienda velas con olor a sus partes más íntimas, así que no pienso sentirme culpable ni extraña. Para las dos cosas ya tengo bastante con mi sesión diaria de autoconocimiento a base de salsa, merengue, bachata y otros nombres que desconozco. Para mí esta terapia resulta mucho más efectiva que una hora de charla con un especialista.

Para empezar, aquí todos son especialistas menos dos o tres, entre los que me incluyo. Todos saben los pasos, todos los ejecutan rozando la perfección, menos el grupo de apoyo que conformamos los rezagados que buscan la protección de las columnas para no ser observados desde el exterior. Bastante tenemos con la mirada a veces sonriente, a veces burlona y otras, directamente asombrada, del monitor que espía nuestra torpeza desde la atalaya donde baila. Nunca había practicado zumba, lo confieso también. Siempre creí que el baile y yo éramos como el agua y el aceite, y estas clases no han hecho más que confirmármelo.

Por más que el monitor me anime, por más que me sienta arropada por las miradas de conmiseración o solidaridad de mi pelotón de arrítmicos, solo sé que no sé nada. A lo más que puedo aspirar es a no perderme, y a no dislocarme la cadera en cualquier giro. ¿Por qué lo hago entonces? ¿Por una promesa, un rito de iniciación o un castigo? No, lo hago porque me río, me río muchísimo de mí misma, y lo hago a conciencia. Me veo reflejada en el espejo y ya no se me quita la sonrisa no solo durante toda la clase, sino también para todo el día. Lo hago también porque es el único lugar en el que las ideologías se confunden para siempre, la derecha puede ser la izquierda, y al revés, y no pasa nada salvo que arrollas al de al lado, que suele sonreír con lástima, y seguir bailando. A ver en qué parlamento encuentras tú eso ahora.

Además, por si fuera poco, se adelgaza, se pone uno en forma, no solo por el baile, que también, sino por las contracciones musculares y convulsiones que provocan las letras de algunas canciones que se escuchan. Yo no sé si somos conscientes de que a lo mejor yo no adelgazaré mis lorzas, pero sí adelgazarán las neuronas de tanto adolescente criado a la sombra de las letras con las que algunas veces bailamos. Entre la risa de mis intentos, y el espanto que llega a mis oídos, mis músculos se contraen y puede que para finales de verano esté lista para palabras mayores, clases que incluyan algún palabro en inglés para hacerlas más interesantes, como combat o bodybuilding, pero esa ya es otra historia de final incierto y para qué engañarnos, principio poco probable.

*Profesora y escritora.