Mucho ruido. Eso llega de Madrid. El zumbido insoportable del abejorro revoloteando las tardes de verano. La capital de España tiene un doble problema: una pandemia desbocada a la que resulta complicado ponerle freno y un campo de batalla política donde el PSOE y el PP miden sus aspiraciones cara al futuro. Después de tantos muertos, tanto sufrimiento y lo que está por venir de crisis económica y desesperación me sorprenden los juegos malabares de la política, lo mismo que los sabios remilgados que dicen saberlo todo sin tener ni pijotera idea de casi nada y que en el fondo andan dirigidos por una ideología redentora fraguada a golpe de tuit. Un fracaso de país. Porque, en contra de los que algunos creen, la política no consiste en confrontar ni echarle pulsos al de enfrente, estriba en tratar de alcanzar el acuerdo desde posiciones distintas o incluso antagónicas, sobre todo si de lo que se trata es de mejorar, en este caso salvar, la vida de la gente.

Algunas veces me han parecido impúdicas, de vergüenza ajena, algunas de las escenas vividas en Madrid. No creo que sea el momento de montar peleas de patio de colegio ni de actuar con prepotencia y soberbia aprovechando resortes o usando la demagogia. Pero vivimos tiempos de radicalidad, las fuerzas políticas extremas han endurecido el discurso y entre todos hemos propiciado que cunda la desconfianza y los bandos. Eso sí, con mucha bandera y mucha puesta en escena diciendo que se aparcan las ideologías, pero a la postre todo mentira, lucha encarnizada durante tres semanas para terminar con una declaración del Estado de Alarma y una comunidad científica avisando de que es tarde, que la situación de la comunidad de Madrid ya es de transmisión comunitaria.

A la hora de analizar las culpas o las responsabilidades hay que andar con cuidado. Es tanto el sectarismo al que hemos llegado, con identificación de los discursos a derecha e izquierda, que aliarse con las tesis de Moncloa conlleva adoptar un posicionamiento de izquierdas y, por el contrario, apoyar la versión de la Puerta de Sol trae aparejado ser de derechas. Solo esto ya demuestra que la política ha fracasado, que lejos de solucionar los problemas ha dividido a la sociedad. Y no estamos para divisiones con la que tenemos encima. ¿Cómo unos pueden estar con el tablero de ajedrez fraguando una estrategia de derribo o de desgaste, según el caso, y el resto luchando por su salud o porque su empresa no se vaya al garete?

Considero criticable y hasta despreciable que en estos momentos no haya un entendimiento entre las dos administraciones, la estatal y la autonómica, y que ambas sean incapaces de reconocer sus errores. En la parte del gobierno por no prever una situación como las que estamos viviendo en esta segunda ola, que va camino de ser bastante peor que la primera, y tardar más de la cuenta en plantear criterios comunes al conjunto del Estado. Y en la parte de la comunidad por llevar a cabo una gestión sanitaria nefasta donde se han registrado los peores datos de la pandemia de España y de Europa, y plantear todavía este viernes restricciones por área de salud cuando se sobrepasen los 750 casos por cada 100.000 habitantes cuando los parámetros nacionales se han fijado en 500 y en Alemania, por ejemplo, lo han situado en 50.

Esto se nos ha ido de las manos. Y siento decirlo, pero si 33.000 muertos no han hecho que la política se una y deje a un lado sus intereses particulares, nada lo va a conseguir. Las palabras consenso o unidad parecen haber desaparecido de nuestro diccionario. ¿Qué nos ha pasado como pueblo?, me pregunto cada día.