Todos los años ocurre lo mismo: el Jerez sale a la competición de Segunda B con una filosofía basada en la humildad. La directiva templaria y el sempiterno José Antonio Vázquez Bermejo ajustan al máximo la configuración de sus plantillas, contando con las dificultades económicas de un modesto.

La aventura anual que significa hacer un equipo a última hora se traduce, ya por costumbre, en una apuesta segura. Y este año no iba a ser menos: el equipo extremeño aún no sabe lo que es la derrota y se ha instalado en la zona alta de la clasificación general.

Los malabarismos jerezanos terminan siempre bien porque es evidente que el tándem Vázquez Bermejo-Pastelero demuestra por sistema que, con todo en contra, su fútbol triunfa. Y es que en el deporte está casi todo inventado y muchas veces nos perdemos en justificaciones injustificables cuando los proyectos no cuajan.

Pero en Jerez aplican la lógica en la confección de sus plantillas. Y no hace falta ser ningún fenómeno para ello. Esta temporada, por ejemplo, han fichado a un futbolista estupendo, bajo mi punto de vista: el centrocampista madrileño Olivar, un jugador que cubre todo el campo y que tiene mucha calidad.

La lástima es que la ilusión no sea correspondida. Ayer apenas asistieron 200 personas a la victoria jerezana ante el Universidad de Las Palmas.