Esta ciudad no se merece este espectáculo. Ya he escrito más veces esta frase. La precampaña y la campaña electoral propiamente dicha ya hacían presagiar lo que está sucediendo en Plasencia, aunque uno siga entre confuso y perplejo. Me limito, como muchos, a sufrir.

Tras el desenlace de los comicios municipales, quien ha perdido dice que ha ganado y, para colmo, se arroga los votos del partido que ha quedado en segunda posición, que antes era el suyo. Para resolver la situación (que para él significa seguir siendo alcalde), apela, nada menos, a Madrid cuando desde el mes de febrero lleva diciendo que Plasencia debe decidir por sí misma, y no Cáceres o Mérida.

Insiste en el feroz ataque personal a Domínguez (indigno de alguien con sentido ético), que esta mañana hablaba, metafóricamente, de torres de catedrales y de caídas. Esto es grave.

Vislumbro que al acorralamiento de Díaz y los suyos empieza a sumar el de su propio partido, con su presidenta local al frente. El cinismo con que se pasea este hombre y su cuadrilla por las televisiones locales es alarmante. Dan miedo, sí, porque me temo que se creen sus propias mentiras. No sé si los electores placentinos van a entender o no que se unan PP y Compromiso con Plasencia. Lo que afirmo es que esa posible situación aumentará la crispación local y la desazón de algunos que esperábamos un cambio. En cualquier sentido.

El ansia de poder de José Luis Díaz y su tropa augura lo peor. Ya sé que gobernar en minoría es complicado, pero la dignidad política de los dos grandes partidos, su respeto por las reglas del juego democrático, exige, si no un acuerdo, conformidad. Es un problema de talante. Como ciudadanos, no podemos seguir tolerando este deplorable grado de autoritarismo.