Cuando se habla de la barbarie de un campo de concentración, el pensamiento viaja a Alemania, pero seguramente muchos placentinos desconocerán que, en Plasencia, en la plaza de toros, también hubo uno, con capacidad para 800 presos. Permaneció abierto desde 1937/38 hasta después de terminada la Guerra Civil.

Esta es una de las curiosidades y hechos que el escritor Fernando Flores del Manzano relata en su último libro, titulado Guerra Civil y represión en el norte de Extremadura. Escribirlo le ha llevado casi cuatro años, tras una ardua tarea de investigación en el archivo local, provincial y tres militares, de Ávila, Segovia y Madrid. También ha escuchado testimonios y confiesa: «me ha dado mucha tristeza tener que escribirlo porque he tenido que ver y escuchar cosas horrorosas».

Este es el séptimo libro de una serie que reconstruye cronológicamente la historia contemporánea de Plasencia y su entorno. Se ha adelantado al de la época de la República, por una cuestión editorial, «porque este tenía más tirón» y surge porque «había una laguna bibliográfica sobre la Guerra Civil en el norte de Extremadura y viene a llenar ese vacío».

Con ese conocimiento adquirido tras horas y horas de investigación, Flores del Manzano explica que, Plasencia y el norte, desde los primeros días del alzamiento civil, «quedó en manos de los sublevados. Se tomó la ciudad enseguida. Los puntos de resistencia fueron muy breves y poco contundentes, aunque en todas las comarcas hubo».

Señala que «el bastión republicano fue Navalmoral de la Mata, donde marcharon muchos placentinos y hubo enfrentamientos incluso con cañones». También destaca los bombardeos que sufrieron Navalmoral, Empalme y Plasencia, con 10 muertos en la capital del Jerte.

las cárceles / El elevado número de presos hizo que se llenara la cárcel local, ubicada en lo que es ahora el zaguán del ayuntamiento, y se habilitó otra en la planta baja del actual Palacio del Marqués de Mirabel.

Refleja también en su libro los fusilamientos, los llamados paseos, que se produjeron, principalmente en el campo de tiro del batallón de ametralladoras, situado en la carretera de Malpartida, y en la carretera de Salamanca. Los muertos quedaban en las cunetas y les trasladaban después al cementerio civil, un espacio que aún se conserva en el cementerio municipal y era «un corral de cabras donde iban tirando a los asesinados por consejo de guerra», más de 50 personas en Plasencia, la mayoría de pueblos de las comarcas.

Y los presos que no morían, ocupaban la cárcel o el campo de concentración, que tenía «más de cien hombres custodiándolo, las letrinas fuera, y la situación era de hacinamiento. Estuvo a punto de construirse otro para más de 5.000 personas, pero al final no se hizo».

No faltaron los llamados hospitales de sangre, hasta seis hubo, y todo para una ciudad «de retaguardia», en la que las autoridades querían dar apariencia de normalidad, pero donde los perdedores, obreros y militancia sindical vivían «en estado casi de pánico, pasando hambre y miseria». Todo estaba en manos de los militares, entre 2.000 y 3.000, y surgieron numerosas tabernas y prostíbulos.

Estos y otros acontecimientos podrá encontrar el lector en una obra «dirigida a un público muy amplio porque están representados muchísimos pueblos de la alta Extremadura. Todo el que tenga algún familiar que fue detenido o asesinado va a encontrar referencias a él»,