TLta situación de emergencia social que causaría en una gran ciudad el cierre de los canales de entrada de la droga, es el tema para el argumento de una película que imaginé hace tiempo. Pensaba en servicios de emergencia y unidades de desintoxicación saturadas mientras los toxicómanos pasaban el mono en las calles y las autoridades sanitarias intentaban abastecerse de una ingente y creciente demanda de sustancias paliativas. El otro día una noticia me hizo recordar esa trama apenas esbozada. El control policial sobre el barrio placentino de San Lázaro había elevado la demanda de metadona. No ocurría en una gran ciudad como mi argumento imaginado, ni tan siquiera afectaba a una pequeña ciudad completa, tan solo a una barriada. Pensé que si el control continuara por tiempo indefinido, vendedores y toxicómanos dejarían de intentar salvar la estrecha vigilancia y buscarían otras zonas donde entrar en contacto. Entonces el anillo se ampliaría y el binomio inseparable buscaría nuevos emplazamientos para el intercambio. En los cercos, cada vez más dilatados, la presión policial sobre los traficantes llevaría a numerosas detenciones y los drogadictos acudirían en número creciente a las unidades móviles en busca de metadona y Cruz Roja tendría que pedir más existencias.

Cercos, presión, detenciones y demanda no satisfecha en continuo aumento. Un círculo que podría convertirse en infernal. No sólo habría que atender a los que de manera instantánea identificamos como toxicómanos, sino a otros muchos de cuello blanco escondidos tras sus importantes trabajos, sus bien cortados trajes y sus buenas residencias. ¿Estaríamos preparados para una situación como esa? ¿Puede la policía ni tan siquiera plantearse llegar a ser tan eficaz?

Son sólo pensamientos.