Y o fui uno de esos niños que vivió lejos de pueblos y ciudades, en fincas campestres de terratenientes y otros, que cultivaban sus padres contribuyendo a la agricultura.

Entonces se iniciaba la educación primaria con seis añitos y, desgraciadamente, la única salida de nuestros padres era llevarnos muy temprano a casa de una vecina mayor, que trenzaba mi pelo tras hacerme una coleta, hasta que aprendió mi hermano y, al poco, yo misma, quien nos dejaba en manos de un conductor de autobús y rezar para que regresáramos a casa sanos y salvos por la tarde.

Días de niebla y lluvia para empaparnos esperando, involuntariamente, os lo aseguro, frío helador en invierno, no disponían de calefacción, ¡claro!, y calor extremo con la llegada del verano, cuando nos peleábamos por ir sentados al lado de la diminuta y alargada ventanilla, evidentemente, tampoco contaban con aire acondicionado. Compañeros de viaje que te robaban el bocadillo, amenazaban o incluso golpeaban. Cada día era una Odisea a la que sobrevivir como pequeños héroes anónimos.

Luego llegó el instituto y, aunque ya vivíamos en un pueblo, tampoco ofrecía servicio de transporte, así que la única opción era el internado en Escuelas Hogares y Colegios Menores, abarrotados de niños y adolescentes en similares condiciones.

Hace décadas de esto y el siglo era otro, sin embargo, parece que las cosas no han cambiado tanto en cuanto al transporte.

No hay más que visualizar el mapa de las comunicaciones en nuestra querida Extremadura. Me niego a creer que sea tan difícil llegar a un acuerdo entre todos para alcanzar la igualdad que el resto de Comunidades Autónomas disfrutan desde hace décadas. Es incomprensible pero sobre todo injusto que, a día de hoy, tengamos que manifestarnos, del modo que sea porque todos son respetables, para exigir nuestros derechos, los que por el mero hecho de ser ciudadanos en un estado democrático ya nos corresponden y con cuya inexistencia y vulnerabilidad se nos está discriminando, aislándonos e interfiriendo en el normal y positivo desarrollo de la región y sus habitantes a todos los niveles.

Es hora de depurar responsabilidades a quienes corresponda, a los que prometieron y no cumplieron y a los que están y aún no lo han hecho.