Los datos del desempleo juvenil en España ofrecen un panorama desolador. Los que se refieren a los jóvenes extremeños son dramáticos. Al cierre de 2017, el paro juvenil entre los menores de 25 años era del 37,46%. En Extremadura, representaba el 51,03%. A pesar de todo, España acabó el 2017 con una leve bajada en la tasa general del paro. El desempleo juvenil se recuperó cinco puntos respecto del año anterior. Nadie puede poner en duda que en nuestro país se está creando empleo. Pero esta buena noticia queda solapada cuando se comprueba que la recuperación se apoya en contratos de baja calidad. La disfunción en el mercado laboral afecta principalmente a jóvenes y mujeres.

Los millennials (personas que han llegado a su etapa adulta después del año 2000) han vivido una infancia y pubertad con un alto nivel de vida y ahora nadan en la incertidumbre. En la etapa más vulnerable de la transición a la vida adulta, se están encontrado con peores expectativas profesionales que sus padres.

La lacra del desempleo juvenil se ha convertido en un azote social. Las perspectivas no son halagüeñas. Una de las posibles vías de solución está en el incremento de políticas activas específicas y en la formación continua a través de un sistema dual de aprendizaje. El Consejo Europeo ha creado la Iniciativa de Empleo Juvenil con el objetivo de destinar fondos para políticas de aprendizaje y prácticas para jóvenes, cuyas dotaciones son claramente insuficientes.

Si queremos salir de este pernicioso bucle de incertidumbre que atrapa a los jóvenes, necesitamos fomentar el pensamiento creativo para poner en marcha una revolución sociológica que modifique los conceptos de trabajo y ocio. En otras palabras: si no aplicamos medidas imaginativas e imponemos valores económicos menos productivistas, nuestros jóvenes, que representan la generación más preparada de todos los tiempos, se convertirán en los nuevos marginados sociales.