En una sociedad globalizada, para alcanzar la máxima eficiencia en el mercado, es preciso competir en igualdad de condiciones. Esta circunstancia no se da siempre. Hay países, sobre todo en Asia, que están produciendo a costes más bajos porque no respetan los derechos de los trabajadores o el medio ambiente, lo que supone un perjuicio para Europa.

Pero a veces son las decisiones de los burócratas europeos las que perjudican directamente los intereses de nuestros empresarios y agricultores. Como botón de muestra voy a referirme al tema relacionado con el título de este artículo: las jaulas enriquecidas. La Unión Europea ha reglamentado la forma, tamaño y composición de los receptáculos para albergar aves ponedoras. Se trata de jaulas que, además de unas dimensiones mínimas, deben tener una serie de elementos para, suponemos, mejorar la vida de las gallinas a fin de que no se estresen y pongan huevos más ecológicos. Esta exigencia, lógicamente, encarece el producto.

En el mundo hay grandes competidores que no exigen estos requisitos, como China, India o Brasil. Y recientemente el Senado norteamericano ha vetado la aprobación de una ley tendente a imponer este tipo de jaulas.

En consecuencia, Europa prohíbe a sus avicultores vender huevos que no tengan este origen; pero no puede impedir que los países competidores lo hagan. Añadamos que será difícil para el consumidor distinguir entre unos y otros huevos, salvo por el precio.

¿Por qué esta normativa europea? Hay ecologistas de buena fe que pretenden mejorar el bienestar de las gallinas. Pero también hay otros intereses: los países del Sur tienen una producción agrícola y ganadera; los países del Norte fabrican maquinaria industrial para el campo. A alguien deben vender sus productos. Y surge la pregunta: ¿conocemos el plus nutritivo de los huevos de gallinas criadas en jaulas enriquecidas? En cambio, todos sabemos los sinsabores que ocasiona el cierre de una granja o una empresa porque no resulta competitiva.