Considerada por la Iglesia Católica uno de los siete pecados capitales y un vicio propio del ser humano desde que ha tenido excedente alimenticio.

Comer de manera descontrolada era, en otros tiempos, un lujo solo de unos pocos y practicarla, uno de los deportes favoritos de los ricos. Se trata de engullir y tragar de manera excesiva alimentos o bebida sin medida y de forma voraz. Una adicción más como otra cualquiera, con los mismos mecanismos neurofisiológicos, al utilizar la comida, en lugar de para saciar el hambre y sentir placer al hacerlo, para tratar de satisfacer necesidades emocionales legítimas, pero no satisfechas por vías sanas.

Las fechas que se avecinan propician su práctica y, un año más llenaremos nuestras mesas de suculentos manjares, pero sobre todo, de muchos y variados alimentos, mientras millones de personas no tendrán nada que llevarse a la boca. La gran mayoría aprovechará las sobras para el día de Navidad, otros las tirarán y estrenarán menú al día siguiente.

Desgraciadamente esto no es exclusivo de las fiestas navideñas, a diario, toneladas de alimentos en buen estado se desperdician en cada familia y en todos los supermercados alimenticios de centros comerciales que bien podrían aprovecharse. En cualquier ciudad podemos ver alimentarse a pensionistas, emigrantes, desempleados de larga duración y personas sin hogar de lo que hallan en contenedores de basura, comida en buen estado y suficiente para sobrevivir.

Es tal la falta de control de productos perecederos o poco atractivos para la venta que, ante la polémica suscitada entre los ciudadanos de a pie, oenegés del norte de Cáceres han tenido que desmentir que procediera de sus almacenes comida envasada y en perfecto estado tirada en contenedores, cuyas fotografías circulan por internet.

La sobreexplotación de nuestro planeta nos avoca a situaciones de derroche y malgasto de la producción, cuyo excedente, procesado como hacían nuestras abuelas y madres cuando la cosecha sobrepasaba el gasto casero, transformándolo a través de métodos de conservación, lograría su óptimo aprovechamiento.

Pecamos sin sentir culpa por esa gula obsesiva con la que tratamos de apaciguar nuestra ansiedad, mientras comemos como si no hubiera un mañana, engordando hasta ponernos en peligro. Contra la gula, templanza.