El derecho al descanso de más de uno de los vecinos del pasaje del Salvador pasa cada fin de semana por tomarse pastillas para dormir, pasar la noche en vela, cambiarse a las habitaciones del fondo y si tienen niños pequeños, por acunarlos a las dos o a las tres de la mañana cuando el ruido les despierta como un reloj.

En eso y llamar por teléfono a la policía para quejarse por enésima vez pasan su noche toledana mientras al otro lado de la calle del Rey --a no más de cuatro metros de distancia-- se impone el derecho a la diversión en un establecimiento que, según la normativa de Ruidos y Vibraciones de la Junta, "no puede disponer de elementos de reproducción sonora" y que, según el decreto de horarios de apertura y cierre también de la Junta, tampoco puede cerrar más tarde de la 1.30 de la madrugada y si acaso media hora más en invierno. Lo que genera también agravios comparativos con los pubs que sí están, además, insonorizados.

Pero sistemáticamente cierra bien entrada la madrugada y durante ocho largos años pone música ante la desidia del ayuntamiento y para sufrimiento de las treinta familias afectadas. "Encima el viernes llamamos a la policía a las 2.15, que es la hora a la que cada fin de semana se desvela mi hijo de año y medio, --cuenta el portavoz -- y el sábado a la misma hora qué casualidad, que cortó la luz y la música aunque siguió abierto y un cuarto de hora después volvió a funcionar".