Algo tan importante como tener hijos, tal vez la mayor responsabilidad vital y que para algunos, solo es un mero trámite en su plan de vida, que nada tienen que ver con la realidad y lo que supone.

Esa delgada línea entre el infantilismo y la adultez que distingue la madurez que a la mayoría cuesta tantísimo distinguir y que describiría rasgos característicos del Síndrome de Peter Pan, como una personalidad inmadura y narcisista acompañada de rebeldía, cólera, arrogancia y la firme creencia de que se está más allá de las leyes de la sociedad y de sus establecidas normas.

Partiendo de la certeza de que no se puede generalizar y que cualquier extremo es siempre radical e inexacto, lo que sí es cierto es que en estos momentos, la población adolescente ha sido protagonista, tanto para bien, como para mal.

Para bien, dando ejemplo como voluntarios, durante el confinamiento, ayudando solidariamente a quienes están en peores circunstancias que uno mismo y sin esperar nada a cambio.

Pero también para mal, cuando numerosos contagios de las últimas semanas se han dado gracias a la celebración de botellones ilegales o fiestas similares sin pensar en nadie más que ellos mismos.

Porque todos somos hijos de alguien que tal vez no supo ejercer la paternidad sanamente y por quienes hoy, en parte, somos como somos y sobre esto poco podemos hacer, salvo aceptarnos y aceptar a nuestros padres, quienes seguramente, lo tuvieran aún mucho más difícil que nosotros. Sin embargo, la realidad es que todo acto tiene sus consecuencias, a veces individuales y otras veces colectivas, como ahora.

Duele e indigna tener que pagar justos por pecadores, pero desde que Dios existe siempre ha habido, hay y habrá personas que se apartan de lo recto y justo o falta a lo que es debido, como define la R.A.E. y que llevan a cabo un pecado, del latín peccatum (delito, falta o acción culpable).

¿De quién es la responsabilidad de esos que no la tienen? Respecto a los menores, la respuesta es clara, al menos jurídicamente hablando, de sus progenitores. Pero si de adultos se trata, solo las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado tienen la capacidad para hacerles pagar cuando la responsabilidad moral también brilla por su ausencia y les lleva a incurrir en ilegalidad con sus actos.

Vivir en sociedad implica un compromiso que debemos respetar.