TLta historia de España es pura monotonía. Cada verano se repiten las mismas o parecidas noticias. En otra época era el problema vasco; ahora es la cuestión catalana; y siempre, Gibraltar. El sentimiento secesionista catalán sigue creciendo sin que se acierte a dar una respuesta adecuada. La apatía gubernamental no va a resolver el problema.

Gibraltar no es sólo una cuestión política, es fundamentalmente un asunto económico y ecológico. Y como tal merece solución. Los gobernantes hispanos, cuando tienen que solapar cuestiones internas, enarbolan la bandera del patrioterismo y, con gran desahogo verbal, reivindican Gibraltar.

Al final, gobiernen tirios o troyanos, las crisis nunca se resuelven: el tiempo arropa el problema y nos olvidamos de recuperar nuestra proclamada soberanía gibraltareña. Y tampoco solventamos los temas más importantes: el económico y el ecológico.

Se ha dicho que España limita al sur con la vergüenza de Gibraltar. Y, en efecto, es una vergüenza que la Roca con poco más de 30.000 habitantes tenga registradas casi 28.000 sociedades mercantiles, que sirven en muchos casos para evadir impuestos o blanquear capitales. Es una vergüenza que bienes esenciales de consumo no se graven con el recíproco impuesto que existe en España. Es una vergüenza que exista un tráfico incontrolado de mercancías entre ambos territorios. Es una vergüenza que, con sus construcciones y sus vertidos, se esté alterando el medioambiente. Pero eso ya lo sabía Margallo cuando asumió el cargo, como lo sabía Moratinos, y no se había dicho nada hasta ahora que hay un gran escándalo que ocultar.

Basta ya de proclamas emotivas y oportunistas. Gibraltar es un problema económico y ecológico; también de soberanía. Ahora y siempre. Si queremos resolverlo, seamos serios y, sobre todo, constantes. Que no sirva de coartada política, ni de narcótico para adormecernos. Debemos estar despiertos para sentir y afrontar los verdaderos problemas de nuestro país.