TEts sabido que los países latinos toleran más la mentira que los pueblos anglosajones. Se han dado distintas explicaciones. Una sería que la moral católica, que predomina en los países latinos, es más permisiva con la mentira que la ética protestante. Otra, que los pueblos latinos se guían más por el sentido de la amistad, en tanto que los nórdicos anteponen la idea de justicia. De esta forma, los mediterráneos estaríamos siempre dispuestos a ayudar a un amigo, aunque ello produjera un resultado injusto. Sea cual fuere la razón, lo cierto es que la mentira tiene menos repercusión entre los latinos y es más fácilmente perdonada.

Este hecho tiene trascendencia en distintos ámbitos de las relaciones sociales. Por ejemplo, en el ámbito judicial. En el sistema judicial anglosajón la mentira en los testigos es una excepción. En los países del sur, podríamos decir que es más común. De ahí que la prueba testifical esté más desprestigiada entre nosotros. El derecho a no declararse culpable lo concebimos los latinos como el derecho a mentir, mientras que en países de ética protestante es simplemente un Derecho a no declarar; de forma tal que si declaras lo haces en calidad de testigo; y el falso testimonio es delito.

Otro ámbito en el que se comprueba esta diferencia es en las infidelidades amorosas. Los anglosajones son más reacios a no perdonarlas porque representan un engaño, una mentira. Los latinos, si no las perdonamos, es porque suponen una afrenta, una infamia. Lo llevamos más al campo del honor o amor propio.

Pero los que se llevan la palma en mentir son los políticos latinos. Nuestros próceres mienten hasta la extenuación. Y lo peor de todo, es que están convencidos de que el pueblo les cree. Ultimamente se han pronunciado mentiras tan escandalosamente descaradas que, si hubieran sido verdad, no tendríamos crisis económica; o, en su defecto, ya habríamos salido. Tampoco habríamos participado en ninguna guerra y existirían finiquitos en diferido. Perfectos espejos de virtud para los jóvenes.