Como el mito de Sísifo, condenado por los dioses a empujar una roca hasta la cima de la montaña para que esta volviera a caer y vuelta a empezar. Así ha sido la experiencia con la violencia de género de una placentina que la sufrió durante cuarenta años para después, tras denunciar, volver a comprobar que «la realidad es muy cruda».

Porque a las secuelas psicológicas se suman las dificultades para encontrar un empleo estable que le devuelva la independencia económica y para establecer relaciones sociales y comportarse con naturalidad. «Todo lo que hago me cuesta. Yo no aceptaba el amor de la gente. Cuando te hacen un regalo, no sabes cómo reaccionar. El primer día que alguien te abraza o te felicitan o te llaman por tu nombre, te das cuenta de que te reconocen, de que eres persona».

Hasta ese momento, «lo que quieres es no tener cara, no ser visible». Las que son o han sido maltratadas «nunca lo decimos porque, en cuanto lo digas, te ponen la etiqueta y no queremos ser estigmatizadas». Afirma que las víctimas «no quieren que se las reconozca como víctimas, sino como una persona normal».

Su infierno

Su infiernoSu exmaltratador ha sido el único hombre en su vida. Llevaba con él desde los 13 años, se casó a los 25 y se divorció a los 53. Ella ahora tiene 60 y solo la muerte de quien fue condenado por «maltrato psíquico y físico habitual», incluido el sexual, además de por «lesiones en el ámbito familiar» y «amenazas» ha acabado con el temor. Con el que la hacía ponerse «en alerta» cuando veía por la calle un coche del mismo color que el de su ex.

Pero sí sigue necesitando apoyo psicológico porque, como ella misma cuenta, con entereza, pero sin poder evitar las lágrimas en varias ocasiones, «sigo soñando casi a diario con mi ex y tengo auténticas pesadillas, no puedo despertar para huir. Eso me va a acompañar de por vida», en momentos de «angustia y ansiedad, me doy cuenta de que he soñado con él».

Ante la pregunta de cómo pudo aguantar, responde con claridad: «Porque tú eres tan enferma como él. El enamoramiento es algo estúpido y horrible, eres capaz de perdonar, no ver y olvidar y ellos son unos embaucadores. Yo me he sentido la mujer más deseada y querida del mundo. Son capaces de llorarte y arrodillarse y, cuando te das cuenta, estás superenganchada, no quieres perderle y te has convertido en una persona dependiente. Piensas que él lo es, pero la dependiente era yo».

A su vez, recuerda la sensación de que «no vales para nada, ni como madre, ni como mujer... Te hace sentir inútil, pequeñita y, además, nos casamos jóvenes y abandoné el mundo laboral».

En ese contexto sufrió cuarenta años de malos tratos y con un hijo en común que «se fue de casa a los 18 años porque su vida era un infierno como el mío». Ella lo hizo en el 2012, un día en que su todavía marido golpeó un vaso contra la mesa y le dijo: «Te voy a reventar la cabeza, mira lo fácil que sería». Entonces, aprovechó que dormía, cogió un vestido y unos zapatos y, con ayuda de una vecina, se marchó en autobús a Madrid, a una casa de acogida. Aún así, aún tardó unos días en denunciar, hasta que supo que él había ido a buscarla.

Después de denunciar

Después de denunciarEmpezó entonces otra subida a la montaña que aún hoy perdura.

Ha recibido y continúa en tratamiento psicológico y solo tiene palabras de agradecimiento para su psicóloga y el gestor que «te ayuda con el papeleo y te lo solicita todo con una seguridad que sientes segura, te reafirma en que tú vales, no te crees una inútil».

Pero la vuelta al mundo laboral no ha sido ni es fácil. En el Sexpe me han tratado estupendamente, pero no hay nada. Tienes que volverte a formar y nos vemos abocadas a ser chachas tituladas».

Porque, a pesar de tener estudios hasta COU y «múltiples cursos de informática, experta en nóminas, seguridad social, contratos, prevención de riesgos laborales…» solo le han ofrecido trabajos de baja cualificación.

«No hay opciones. En esta situación en que estás tan hecha polvo, que lo has perdido todo, tienes que estar esperando a que salga el plan de empleo. Cada dos años, puedo optar a un puesto de trabajo, y el resto del tiempo, de qué vivo yo», se pregunta.

Afirma también que «es mentira que tengas una paga por maltratada. Te dan los 430 euros y tienes que dejar impagada luz y agua para que te los den». Además, ella no tiene que pagar hipoteca porque «mi casa es mía, que me ha costado mucho esfuerzo»; ni hijos a cargo, ya que el suyo tiene ya 33.

Así, lo que reclama es, en lugar del «paripé político» del 25N, día contra la violencia hacia la mujer, «un sistema de formación más útil y puestos de trabajo porque el trabajo es fundamental». Además, que «no nos utilicen, no somos un colectivo, sino personas, necesitamos una atención más personalizada».

De cara a su protección, demanda más policías porque el número de víctimas está aumentado y, en los juzgados, «mayor sensibilidad» y personal más formado. Además, ruega que «no se olviden de los hijos porque el maltrato les afecta igual, en el colegio, en las relaciones con sus amigos y con sus parejas».

A pesar de las dificultades, anima a denunciar porque, «si no lo haces, el próximo día no te va a caer una, te van a caer dos». Subraya que «lo primordial es alejarte de esa persona» y «hacerte fuerte» gracias a la ayuda psicológica, al apoyo de la familia y a su propia actitud. «Hay que salir de casa y tejer una red social» y no mirar para atrás porque solo se arrepiente de «no haber denunciado muchísimo antes».

Aún así, hoy está orgullosa de lo que ha conseguido. Cuando cierra los ojos y sueña: «Ya consigo devolverle los golpes».