P or fin el campo nos regala verdaderos presentes para los cinco sentidos, vida en forma de manjares silvestres que saborear como criadillas, espárragos, rabiacanes o borujos, que buenas ensaladas hacen, especímenes que quienes no son de campo tachan de hierba sin más, ignorantes de sus bondades, que los restauradores sí han sabido apreciar y las ofrecen entre sus platos a elevados precios de los que, estoy segura, sus proveedores no reciben ni la mitad en beneficios.

Estos productos se elaboran habitualmente en forma de revueltos o tortillas aunque sin duda, el alimento por sí solo es suficiente, con una pizca de sal o un majado de ajo y perejil, para lograr un plato repleto de sabor.

Típico de la comarca de La Vera y sencillo donde los haya es el bollo de rabiacanes, un platillo habitual en estas fechas. Depreciados por quienes los desconocen, solo rehogados con un poco de nuestro oro rojo, el pimentón de la Vera y pan rallado, es exquisito.

Es la tierra la base de todo, el principio y el fin. Bien lo sabían los Celtas y otras culturas ancestrales previas a la nuestra que, hoy, abusa de ella en lugar de usarla de forma sana, en una simbiosis natural como hicieran nuestros antepasados. Pues los agricultores, castigados de mil formas diferentes por exigencias y normativas escasamente recompensadas, se han visto minados dado el impulso de los gobiernos por otros sectores y reducidos indefectiblemente.

Por todo ello, multitud de mayores tras la jubilación se han visto obligados a poner en venta y malvender sus parcelas, mientras sufrían al verla en barbecho, desaprovechada y haberse partido el lomo, literalmente, en más de una ocasión, para trabajarla y sacarla el máximo partido con el fin de alimentar a la familia. Viendo cómo al dejarla y los hijos no poder continuar labrándola, arrendatarios de paso maltrataban y descuidaban el trabajo de toda una vida, destruyendo canalizaciones de agua, cerramientos u otras inversiones y mejoras adquiridas a lo largo de lustros.

Toda una vida para conseguir un trozo de tierra, base de la supervivencia de cualquier persona, para verse obligado a deshacerse de ella es un triste trago difícil de digerir.

La esperanza llega de la mano de algunos colectivos que, a través de los bancos de tierras o cultivo de huertos están paliando este abandono.