Mentir es inherente a la condición humana. Los niños desde los dos o tres años aprenden a hacerlo. Somos mentirosos por naturaleza, pero igualmente, somos detectores de mentiras humanos. Este arte es estudiado para averiguar quiénes lo dominan y cómo descubrirles. Rigurosos estudios, incluso aplicados como técnicas en Seguridad Nacional, indican que los mentirosos mantienen la calma porque necesitan de una mayor concentración para adulterar la verdad, entre múltiples microexpresiones, que, si eres buen observador conseguirás percibir. Con Paul Ekman aprendí que la mentira es un hecho deliberado, implica voluntad, aunque algunos digan que no era su intención, los hechos lo corroboran. Existen dos tipos: el ocultamiento y el falseamiento. Manipulaciones veladas tras distorsiones de la realidad, media verdad u omisión, retórica aplicada a través de elocuencia u oratoria, constituyen mentiras aceptadas por la sociedad. Corrientes sicológicas tan básicas como el Conductismo y sus aprendizajes, C. Clásico u Operante, son ejemplos de manipulación humana.

Científicos de Reino Unido revelan que la repetición del engaño hace que el cerebro pierda sensibilidad ante la mentira y se produzca una escalada de falsedades. Los autores encontraron que la amígdala --parte del cerebro asociada a la emoción-- se activaba cuando las personas mentían para lograr un beneficio. La respuesta de la amígdala a la mentira disminuía con cada engaño, mientras que la magnitud de las mentiras se intensificaba. «Cuando mentimos interesadamente, nuestra amígdala produce una sensación negativa que limita el grado en que estamos dispuestos a mentir. Sin embargo, esta respuesta se desvanece a medida que continuamos mintiendo y, cuanto más se reduce esta actividad, más grande será la mentira que consideremos aceptable, aumentando la práctica exponencialmente».

Todos sin distinciones mentimos en mayor o menor medida. Parejas, políticos (reciente y polémica sentencia afirma que “la mentira o la falta de escrúpulos para un político no es delito”, ojalá lo fuera en algunos casos).

La mentira no discrimina escenarios y he tenido ocasión de conocer espléndidos actores, auténticos lobos con piel de cordero. Claro que, siempre habrá buenas personas a quienes engañar, aunque sea a uno mismo.